El anarco-independentismo es una corriente que surge del intento de unir las teorías del anarquismo y las del nacionalismo. Esta extraña unión parte de una particular concepción del nacionalismo (también del anarquismo), concibiéndolo de una forma no estatista; en términos suyos, nacionalismo nacionalista frente al nacionalismo estatista. Esta forma de nacionalismo conllevaría la no necesidad de creación de un Estado y sería la conservación de las tradiciones, las culturas y los idiomas por el propio pueblo. Esta particular visión del federalismo, federalismo nacionalista podría llamarse, entra en contradicción con la particular visión del federalismo libertario; esto es, el que parte desde el propio individuo independientemente del espacio geográfico en el que se haya desenvuelto. Es cierto que no existe un Estado que centralice y someta al individuo, pero es que la centralización no es particular del Estado sino que puede darse desde diferentes entes. Si se delimita un espacio geográfico y se somete a todos los individuos a una cultura en particular, se está convirtiendo a esa cultura en una forma de opresión (lingüística, cultural…) hacia el individuo. Las dos tendencias más conocidas en el Estado español son el anarco-independentismo y el anarco-abertzalismo. Éstas reclaman la liberación nacional de los “Països Catalans” y de “Euskal Herria” respectivamente. Esta reivindicación parte de una concepción unitaria que poco tiene que ver con la realidad. En cuanto al idioma, no hay una realidad idiomática única y natural en esos territorios: en el caso de los “Països Catalans” se dan diferentes variedades, el català, el valecià o mallorquín, en el caso de “Euskal Herria” el lapurtano, el guipuzcoano o el navarro. De esta forma, la necesidad de mostrar una realidad cohesionado conlleva la imposición (sea o no a través de formas estatales) de un idioma único; el català o, más claramente, el euskara batua (euskara unificado). ¿Cuál es la cultura de la que se está hablando? De la que se está imponiendo para defender unos intereses.
Al contrario de lo que parece que nos quieren hacer entender los defensores del nacionalismo (pretendiendo establecer vínculos entre las personas, los idiomas, las culturas con la tierra), los idiomas no están anclados en este o en aquel territorio, sino que lo están en las propias personas, y viajan y se mueven con éstas, se transforman y evolucionan por su acción; y negar esto es negar tanto el idioma como al ser humano. Según algunos lingüistas, territorios que supuestamente estarían entroncados en los “Països Catalans” estuvieron habitados por euskaldunes, como podría demostrar la toponimia de algunos puntos de Cataluña: Valle de Arán, Barcelona o Badalona. También es conocida la teoría de que la lengua vasca cohabitó en algunas zonas de Burgos y también de la Rioja. Es decir, los movimientos migratorios de los euskaldunes conllevaron que el idioma se fuera desplazando durante siglos por todo el noreste Peninsular. El estancamiento, siempre artificial, se debió a la imposición del castellano, por lo que el euskera fue perdiendo progresivamente terreno (en aquel momento, siglos XIII-XIV, ocupaba prácticamente todo el noroeste, desde Lérida hasta Burgos). La oposición al centralismo que pretenden hacer los movimientos nacionalistas, sean o no estatistas, no es diferente a su propuesta cultural. Porque, además de ser ambas formas de centralismo, el efecto para con la cultura es siempre el mismo: paralización y artificialidad.
Independientemente de que se reclame o no un Estado, la idea de Pueblo siempre es autoritaria; porque deja de colocar como protagonistas a los individuos que lo componen. Los Pueblos no hablan idiomas, los hablan los individuos que componen aquellos. No tiene sentido el aferrarse a una cultura colectiva definida, porque la cultura es un producto de la interrelación; y no se puede defender más que la cultura individual, cosa que corresponde a cada une de nosotres. Esta forma de entender la cultura, ayuda al enriquecimiento de la cultura humana, no existe ninguna forma cultural pura, porque todas surgen de la interrelación. No existen los Pueblos. Existen los individuos. Es imposible delimitar la existencia de un Pueblo de manera perfecta, porque su interrelación no va a estar cohibida por una frontera sino que la traspasará, y la cultura que de ello surja será diferente a la del resto del Pueblo delimitado. No se puede encadenar a los pueblos al centralismo nacionalista.
Al contrario de lo que parece que nos quieren hacer entender los defensores del nacionalismo (pretendiendo establecer vínculos entre las personas, los idiomas, las culturas con la tierra), los idiomas no están anclados en este o en aquel territorio, sino que lo están en las propias personas, y viajan y se mueven con éstas, se transforman y evolucionan por su acción; y negar esto es negar tanto el idioma como al ser humano. Según algunos lingüistas, territorios que supuestamente estarían entroncados en los “Països Catalans” estuvieron habitados por euskaldunes, como podría demostrar la toponimia de algunos puntos de Cataluña: Valle de Arán, Barcelona o Badalona. También es conocida la teoría de que la lengua vasca cohabitó en algunas zonas de Burgos y también de la Rioja. Es decir, los movimientos migratorios de los euskaldunes conllevaron que el idioma se fuera desplazando durante siglos por todo el noreste Peninsular. El estancamiento, siempre artificial, se debió a la imposición del castellano, por lo que el euskera fue perdiendo progresivamente terreno (en aquel momento, siglos XIII-XIV, ocupaba prácticamente todo el noroeste, desde Lérida hasta Burgos). La oposición al centralismo que pretenden hacer los movimientos nacionalistas, sean o no estatistas, no es diferente a su propuesta cultural. Porque, además de ser ambas formas de centralismo, el efecto para con la cultura es siempre el mismo: paralización y artificialidad.
Independientemente de que se reclame o no un Estado, la idea de Pueblo siempre es autoritaria; porque deja de colocar como protagonistas a los individuos que lo componen. Los Pueblos no hablan idiomas, los hablan los individuos que componen aquellos. No tiene sentido el aferrarse a una cultura colectiva definida, porque la cultura es un producto de la interrelación; y no se puede defender más que la cultura individual, cosa que corresponde a cada une de nosotres. Esta forma de entender la cultura, ayuda al enriquecimiento de la cultura humana, no existe ninguna forma cultural pura, porque todas surgen de la interrelación. No existen los Pueblos. Existen los individuos. Es imposible delimitar la existencia de un Pueblo de manera perfecta, porque su interrelación no va a estar cohibida por una frontera sino que la traspasará, y la cultura que de ello surja será diferente a la del resto del Pueblo delimitado. No se puede encadenar a los pueblos al centralismo nacionalista.
Juventudes Anarquistas de León (FIJA)