La Providencia

En lo alto de una elevada torre, una madre tenía a su hijito en brazos. El niño cayó de ellos.

Al propio caía otro objeto. Su volumen era como el del niño. Su peso específico, igual. La atracción de la tierra, la resistencia del aire, todo lo que influye en la caída de un cuerpo; era lo mismo para el objeto como para el niño.

Pero el niño vivía y tenía una madre que se arrancaba los cabellos desesperadamente. El otro objeto no importaba a nadie.

- ¡Oh, Dios mío! ¡Dios mío! ¡Mi hijo! ¡Mi querido hijo! -gemía la madre- ¡Dios mío, salvad a mi hijo!

Nadie rogó por el otro objeto.

Y los dos cuerpos cayeron paralelamente con igual velocidad.

Si creéis que ahorcándonos podréis acabar con el movimiento obrero, el movimiento del cual los millones de oprimidos, los millones que laboran en la miseria y la necesidad esperan su salvación, si ésta es vuestra opinión, entonces ¡ahorcadnos! Aquí pisoteáis una chispa, pero allí y allá, detrás de vosotros, frente a vosotros, y por todas partes, las llamas surgirán. Es un fuego subterráneo. No lo podréis apagar

Auguste SpiesY la Naturaleza –esto pasó antes de que naciera Newton, lo cual no era obstáculo para que supiera cómo hacer caer los cuerpos-, la Naturaleza, repito, hizo lo que debía hacer. Calculó tranquilamente los cuadrados, no se cuidó de la mayor resistencia de abajo, ni de si el aire era más o menos denso.

Tiempo será
en que nuestro silencio
será más poderoso
que las voces que hoy
ustedes estrangulanUna vez más, la madre puso el grito en el cielo.

El niño se estrelló contra el pavimento. La madre, que tan inútilmente rogó, murió. El padre se volvió loco, etcétera.

Yo amo a mis hermanos, los trabajadores, como a mi mismo. Yo odio la tiranía, la maldad y la injusticia.

El siglo XIX comete el crimen de ahorcar a sus mejores amigos. No tardará en sonar la hora del arrepentimiento.

Hoy el sol brilla para la humanidad, pero puesto que para nosotros no puede iluminar más dichosos días, me considero feliz al morir, sobre todo, si mi muerte puede adelantar un solo minuto la llegada del venturoso día en que aquel alumbre mejor para todos los trabajadores.

Samuel FieldenPero el saco de ropa, el jamón, o lo que cayó fuere lo que fuere, al propio tiempo que el niño, continuó siendo un saco de ropa, o un jamón, como si tal cosa.

Y sin embargo, nadie había rogado por aquel objeto.

¿Si está bien? –preguntáis-. Ciertamente; el menor desorden, la más pequeña desviación causará un daño mil veces mayor que la muerte de un niño.

Relato esta historia no para criticar a la naturaleza, sino para demostrar de un modo evidente que el rogar a Dios no sirve para nada, y que cuando se está en lo alto de una torre y se tiene a un niño en brazos, es necesario sujetarlo bien, pues de este modo no se cae.

Anónimo

El Porvenir del Obrero, 1901
Extraído de “El cuento Anarquista”
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