Editorial

La campaña electoral ha empezado y todos los partidos políticos se aprestan a difundir sus propuestas, sus llamados programas electorales. Y entre ellos mismos, se encargan de demostrar la inviabilidad de su puesta en práctica. Unos a otros, se critican la imposibilidad de su aplicación. La conclusión es bien fácil, todos pretenden atraer los votos para sí, prometiendo mejorar la situación, cambiar las cosas, pero es harto difícil demostrar que eso es posible. Pero no les importa, lo único que pretenden es generar una expectación, una ilusión. El mensaje sólo quiere convencer al receptor, futuro votante, que su situación cambiará votando a…

“Soy pobre aquí en el mundo terrenal, pero si deposito mi confianza en Dios y soy humilde y obediente, hallaré mi riqueza en el otro mundo”. El pobre es el votante, el Partido ha ocupado el sitio de Dios, votando y esperando, “soy humilde y obediente” y la futura “riqueza en el otro mundo” es el programa electoral.

Una vez más, la educación religiosa ha jugado su papel al servicio del Poder. Para las Instituciones religiosas y para las Instituciones políticas, el hombre no es libre de elegir su destino, de organizarlo, no tiene derecho a participar en el desenvolver de la historia. Tiene que ser guiado, orientado, alienado. GOBERNADO. Y eso sólo se consigue con la mentira y la represión.

Por eso, les anarquistas decimos que el Estado es la negación de la libertad y de la igualdad, que vicia todo lo que emprende, incluso cuando emprende la realización de una idea de interés general. Les anarquistas sabemos que Revolución y gobierno son incompatibles: uno ha de matar a la otra, y a la inversa; importa poco qué nombre se dé al gobierno: dictadura, reinado o parlamento.
Salud y Anarquía
(Tierra y Libertad, Febrero de 1996)
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