Remedios para el miedo al odio a los medios

En alguna ocasión, enemigos suyos, envenenados por la campaña que contra él se había hecho, sobre todo durante la guerra europea, habían gritado: “¡Fuera todos los periodistas!”. Y como Urales no se movía de su silla, le habían dicho: “Y Urales también, que también es un periodista”. Y mi padre respondía tranquilamente: “Quien quiera que me vaya, que me venga a echarme. Yo de aquí no me muevo, porque yo no soy un periodista, yo soy un compañero”

Apuntes biográficos de Federico Urales, Federica Montseny
Antrophos nº 78, 1987.

Tras repetición insistente por parte de algunos de “deshacerse de los prejuicios” y “abandonar el tabú hacia los medios de comunicación” para así “romper el bloqueo mediático”, nos hemos encontrado una práctica de la que no queremos participar. Intentaremos analizarla y explicar el porqué de nuestra postura, que, por cierto, hasta no hace mucho ha sido la compartida de forma general.

- Parece que fue ayer…
- ¡Es que era ayer!

La importancia de los medios de comunicación de masas (incluyendo en ellos a la industria del entretenimiento) se debe a que “es verdad lo que estos tengan por verdad. Lo que no está en la prensa no existe y lo que existe es sólo bajo la forma en que ella aparezca.”[1]

Hasta hace bien poco, los medios de comunicación convencionales únicamente habían aparecido en nuestra literatura para ser denunciados. Su presencia siempre generaba cierto recelo, cuando no rechazo explícito.

Las críticas (totalmente destructivas), ampliamente difundidas, entre otros, por Noam Chomsky, son de sobra conocidas. En particular, el lingüista norteamericano sostiene que los medios de comunicación de masas no son sino una continuación del aparato propagandístico pro-bélico que desarrollaron las potencias en la II Guerra Mundial, habiendo pasado su titularidad de los Estados a las corporaciones económicas.

A nadie se le escapa que los mass media, como empresas que son, dependen de quienes les financian. Por ello, deben cierto respeto a sus propietarios (normalmente grandes grupos en los que se entremezclan muchas empresas), a el Estado que les subvenciona, a los anunciantes y a los grupos políticos con los que están relacionados a través de esa tela de araña que es el clientelismo.

Así que el único planteamiento difundido en materia de comunicación ha venido siendo la necesidad de impulsar los medios que nos son propios, asignándoles un carácter tan antagónico que se llegan a describir como “contra-informativos”.

Con lo que me den por esta jarra de leche compraré unos huevos
Contrariamente a lo que una lectura superficial de este análisis “tradicional” hace creer, en general, la prensa burguesa no sufre una censura oficial continuada. Restaría credibilidad a su pretendida función social: la vigilancia de los poderes desde una posición de independencia. Se dice entonces que el campo periodístico disfruta de una “autonomía relativa”.

Las nuevas prácticas que se están planteando pretenden aprovecharse de esa libertad aparente para utilizar la cobertura de los medios como forma de presión en conflictos puntuales (laborales, represivos…), pero también para, entrando en polémicas (memoria histórica, escándalos políticos o económicos…) propagar el ideario anarquista. De esa manera, no sólo se aprovecha la oportunidad de presentarse ante un número ingente de personas, sino que se recibe el marchamo de credibilidad que otorgan esos medios.

Para ello se recomienda “trabajarse el tema”: procurar especial atención a estos medios, bombardeándoles con comunicados, dossieres, artículos de opinión, fotos, vídeos, así como realizando ruedas de prensa, informándoles de los actos para que acudan a cubrirlos, o si no lo hicieron, proporcionándoles crónicas sobre su desarrollo.

No obstante, para que se muestren más receptivos, es necesario adaptarse a las particularidades de los medios de comunicación convencionales y del periodismo en particular. Debemos convertirnos en una de sus fuentes de noticias y para ello hay que conseguir que quieran trabajar con nosotres. Dado que deben llenar, a menudo diariamente, su espacio o su tiempo con noticias, podemos servírselas en bandeja, es decir, adecuar nuestra actividad y discurso de forma que se ajusten a lo que los periodistas entienden por noticia.

- Sonría, por favor

Lo que se suele hacer, conscientemente o no, para salir en estos medios es, por una parte, hacer nuestras formas lo más parecidas posible a las suyas, así que se tiende a:Adoptar el léxico y con él conceptos propios del sistema dominante. Recurrimos, como los periodistas, a las palabras mágicas positivas (democracia, ciudadanía, tecnología, empleo, crecimiento…) y negativas (ilegal, violento…).

Estructurar el texto a la manera de la prensa de forma que describimos en primer lugar los pormenores de los hechos, relegando al final la causa inmediata de los mismos, y sin hacer casi nunca consideraciones globales.

Emplear la lógica dominante, para que el consumidor pueda identificarse con nuestro discurso. Por ejemplo, cuando pasamos del “ni siquiera cumplen sus leyes” al “denunciamos que no cumplen la Ley”, estamos aludiendo al incumplimiento de la legalidad no como algo que hace más flagrante la injusticia, sino como que en ello consistiera la misma.

Algunas de las particularidades del campo periodístico vienen de que, compuesto por medios comerciales como está, pretenden llegar al máximo número de consumidores. Las audiencias y las ventas mandan y tristemente, éstas dicen que el análisis de aquello que determina nuestra vida cotidiana no interesa. “Es la doctrina del human interest (interés humano), en cuanto supremo valor de la noticia. Se privilegia la pequeña historia local, la narrativa de lo cotidiano y el fait drivers”.[2]

“Un hombre muerde a un perro” es la noticia arquetípica debido a lo insólito de la misma. Pero algo inusual es algo con lo que no se pueden identificar amplias capas de población. Para tener más posibilidades de ser publicados se suele:

Presentar nuestras denuncias como algo extraordinario, pues lo aconteceres cotidianos, como es la explotación, no son relevantes. Exponemos el hecho a denunciar como algo infrecuente, insoportable y ajeno a la vida diaria de aquellos a quienes nos dirigimos. Habitualmente son situaciones del todo generalizadas y que sufrimos la gran mayoría de la población. Lo único que de particular suele haber es que alguien se haya rebelado, pasando a la acción para intentar transformarlas.

Realizar acciones especialmente para la prensa, o adaptar las mismas. Deben ser llamativas y no violentas (desnudarse, disfrazarse, hacer teatro…) para al menos asegurarnos la foto y no ser criminalizados. El reverso suele ser el fruto de la desesperación: atacar inmediata y destructivamente estructuras, organizaciones e individuos con el único fin de que se reseñe aquello sobre lo que queremos llamar la atención.

Dar prioridad a cuestiones que consideramos que no la merecen, únicamente porque están en “la agenda” de los medios en ese momento (con igual facilidad que surgen, se olvidan sin la mayor trascendencia ni haber sacado nada en claro). Habrá que introducir nuestro mensaje en lo que toque, ya sea la retirada de símbolos franquistas o el acoso escolar. El objetivo, más que difundir nuestra visión, es “aparecer para ser”.

Otra de las particularidades del medio periodístico llevan a:

Conceder exclusivas de los conflictos. Por raro que pueda parecer, dado el valor que confieren a la primicia, muchos medios ponen como condición para el seguimiento de un conflicto, que la información se le dé un día antes que al resto.

Realizar nuestras acciones cuando la agenda mediática esté despejada. Así, al no haber otras noticias, somos una buena opción para rellenar el espacio.

- El fin no justifica los mass media

Se pueden disculpar estos males como menores, comparándolos con el bien reportado. Pero, llegando ya a lo que consideramos el fondo de la cuestión, lo enumerado no son simples efectos colaterales sin importancia, sino síntomas de un profundo error: la utilización de una táctica equivocada.

Valerse de los medios comerciales no es otra cosa que una acción mediada con la que dependemos totalmente de terceros para alcanzar nuestros objetivos.

Como toda práctica mediada, constriñe, limita e inhibe la acción directa. Se puede argumentar que únicamente se utilizará a medio plazo: hasta que el movimiento se refuerce y con él nuestros medios de comunicación. Es el mismo razonamiento con que otros justifican las elecciones o la vía legal. Pero sabemos que es totalmente falso, que la delegación y la especialización, al entrar en Instituciones (y estos medios lo son), nos condiciona, inhibiendo la movilización colectiva en la gran mayoría de los casos.

De tener éxito y aparecer en estos medios, resulta que la población YA está informada. Por comodidad, porque el “trabajo ya está hecho” (por un pequeño grupo de militantes especializados que han forjado las relaciones, incluso personales, con los medios), se va abandonando algo tan duro, pero tan necesario como son la calle y los tajos. Entramos en la dinámica de esperar a que los medios se hagan eco de lo que queremos difundir, por ello nuestras acciones dejan de tener sentido por sí mismas, sino en cuanto despiertan el interés de la prensa. Mientras, permanecemos atentos con el rabillo del ojo a los periódicos, la radio y la televisión, en espera nos resuelvan, deus ex machina, con su mención lo que deberíamos encarar con nuestros propios medios…

- … y observó como una manzana madura caía de un árbol.

Sin duda, esta nueva táctica no puede ir muy lejos. Hacer todo lo que está en nuestras manos no es garantía para que nos den cobertura. Desde un despacho de una empresa, la policía o el Gobierno, se consigue en un par de horas acabar con el trabajo de meses o años, y suele pasar precisamente cuando más necesitamos hacernos oír. Romper el bloqueo mediático no pasa por aceptar (a regañadientes, transitoriamente… con las matizaciones que se quiera) la hegemonía de los medios de comunicación comerciales, sino por quebrarla a partir de ya.

Pero la “espectacularización de la lucha” no surge de la prensa burguesa, sino de nosotros mismos. Paralelamente a la estrategia descrita, existe la tendencia de difundir prolijamente el material escrito, gráfico y multimedia en el circuito interno, anunciando y describiendo con todo lujo de detalles cualquier acción, por nimia que sea. Es como si la relevancia de las acciones dependiera de la cantidad de espacio que ocupa en nuestros medios. Parecemos tan fascinados ante nuestra propia imagen, que podríamos llegar a actuar por el placer de oír nuestro propio eco.

Sin que exista ninguna fórmula mágica para ello, debemos intentar no ser engullidos por una sociedad en que la ficción fácilmente sustituye a la realidad, ser conscientes de las trampas que nos vamos encontrando en el camino y en esta encrucijada saber elegir entre las “dos soluciones para las problemáticas planteadas (…): trabajar para llevar el conflicto a un nivel en que no pueda ser ignorado, o bien reflejarse a toda costa en el espejo mediático”[3]. Nosotros ya hemos escogido.

Marzo de 2007

Grupo Anarquista 19 de Julio (FAI)
diecinuevedejulio@gmail.com

[1] Requiem por la Soberanía Popular, Juan Francisco Martín Seco; de temas de Hoy ensayo. Madrid, 1998. Citado en Técnicas de Desinformación. Grupo de Aprendizaje Colectivo de Educación Popular. 2001. Escuela Popular de Prosperidad y Sentimientos Kontra el Poder.
[2] Cuando la mierda da dinero. Rui Pereira. Prólogo de Los nuevos perros guardianes. Sege Halimi, 2002, Editorial Txalaparta.
[3] Unos apuntes críticos sobre el mayday. L@s demenciales chic@s precarizad@s. Indymedia Estrecho, 2006
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