Feminismo o Individualismo

I

Una de las manifestaciones de del espíritu autoritario consiste en la atribución a una entidad colectiva (Nación, Pueblo, Etnia, Clase social, Humanidad, etc.), esto es, a un ente abstracto, características o cualidades atribuibles únicamente a seres reales, a individuos concretos. Son ejemplos de esta manifestación de espíritu autoritario o absolutista la afirmación de que un determinado Pueblo es más inteligente que los demás, la atribución de una misión histórica a una Nación o Clase social, la afirmación de que las personas de uno de los dos sexos son superiores a las del otro, la afirmación de que sólo un movimiento feminista puede poner en causa a la sociedad falocrática y la afirmación de que determinadas características comunes a todas las mujeres (o ciertos aspectos de la represión social de la que son objeto las mujeres, en general o buena parte de ellas) justifican o fundamentan por sí solos la existencia de un movimiento anarcofeminista. No es difícil verificar que esta manera de pensar, basada en categorías absolutas, es indisociable de la concepción teológico-hegeliana según la cual el todo determina a las partes. De acuerdo con esta concepción, la persona humana concreta, mujer u hombre, no es, obviamente, un ser auto-activo y auto-asociativo; sino una mera parte de un colectivo, un súbdito de la colectividad. No considerando la asociación como una expresión de la autoactividad de los seres humanos concretos, sino colocando a la colectividad (Nación, Clase, Humanidad, etc.) encima de los individuos que la constituyen, se justifica, por ejemplo, la superioridad de les representantes de la Nación, o gobernantes, en relación a los gobernados, o mejor, la aceptación de las relaciones de dominación. Si se encara a los individuos humanos como meras partes de un conjunto social, y no como seres humanos enteros, se considera el llamado interés general de los agrupamientos humanos como una mera abstracción, como algo totalmente exterior y superior a los intereses reales o particulares de los individuos. Esta concepción es una artimaña que sirve para asegurar la defensa de ciertos intereses particulares en detrimento de otros. Para que una sociedad satisfaga a todas las personas que la integran, debe basarse lógicamente en una convergencia de intereses individuales. En la referida concepción jerárquico-hegeliana se basan las autointituladas vanguardias proletarias, o sea, los partidos políticos que se presentan como los detentores de la conciencia de clase de les trabajadores y, consecuentemente, les defensores del “interés general” de la clase proletaria.

Lo anteriormente dicho hace patente las insuficiencias o limitaciones de varios movimientos feministas, pues éstos no se basan en la afirmación plena de cada ser humano, sino en la condición femenina, una expresión sin un efectivo significado real o concreto, encuadrado en una sociedad jerárquica, clasista y totalitaria. Así, las Organizaciones feministas, como las agrupaciones que luchan por los derechos de los homosexuales, tienden naturalmente a integrarse en el movimiento reformista, un movimiento que parcializa el combate contra las discriminaciones y represiones sociales, en vez de procurar solidarizarse con las luchas sociales. El apoyo dado por el MULIBU (Mujeres Libertarias Unidas) a la lucha parlamentaria por la legalización del aborto, que tuvo lugar recientemente, constituye una clara demostración de aquello que acabamos de afirmar. A propósito del carácter reformista y teatral de los movimientos feministas, es importante aclarar que el totalitarismo democrático-capitalista, que caracteriza la época actual, no es incompatible con una igualdad en la mierda entre hombres y mujeres. No pone en causa la sociedad autoritaria-capitalista, por ejemplo, el hecho de que haya en el Gobierno o en el Parlamento tantas mujeres como hombres, el hecho de que un ejército sea comandado por una mujer, el hecho de que un anarquista sea condenado por un tribunal presidido por un individuo de sexo femenino o el hecho de que haya también casas de prostitución masculina.

En realidad, sólo una lucha que tenga como base y motivación al individuo concreto, pone en causa la totalidad de esta sociedad. Sólo la afirmación de unicidad de este individuo, mujer u hombre, es irrecuperable por el sistema jerárquico-capitalista. Nosotres comprendemos perfectamente la actitud asumida por la anarquista Federica Montseny, que nunca sintió la necesidad de adherirse a la Organización “Mujeres Libres”. Como actuaba de acuerdo consigo misma, como era, de hecho, anarquista, Federica Montseny no se sentía interiorizada o disminuida ante sus compañeros de lucha de sexo masculino.

II

El hecho decisivo para la manutención de la sociedad represiva es el respeto por el Poder. Si uno de los aspectos esenciales de la actual sociedad es la existencia en todas las instituciones que la integran de relaciones de poder, u otro es el hecho de que los seres humanos veneran el Poder, se concluye así que existe un principio de naturaleza metafísica subyacente al Estado. Es el principio religioso de la Autoridad que constituye el principio del actual edificio social.

¿En qué consiste, finalmente, el respeto por el Poder? ¿Cuál es el contenido del principio metafísico de la Autoridad? Es el dominio de las ideas, de las abstracciones, sobre los individuos. Consiste en el hecho de que las personas consideran determinadas ideas (Dios, Patria, Humanidad, Pueblo, Proletariado) exteriores y superiores a sí mismas: las personas separan, alienan de sí mismas esas ideas, es decir, le atribuyen existencia autónoma y un carácter sagrado. Es la sumisión de la totalidad de los individuos a una parte de sí mismos, ideas que ellos mismos crearon y que sólo existen en su cabeza.

La sumisión del dirigido hacia el dirigente no es una relación directa, sino mediatizada; esto es, el dirigido no se somete al dirigente, sino a la idea de naturaleza sagrada que este representa. El dirigente es el medianero de la sumisión del dirigido a la idea, a la representación. La relación dirigente-dirigido es una relación entre representante y representado. El dirigente es el representante de la voluntad de Dios en la Tierra, o el representante del Pueblo, o del Proletariado, o de la Humanidad; el dirigido es el representado, o sea, Criatura y Súbdito de Dios, o Ciudadano, o Proletario, o Hombre que, por consecuencia, se somete a la voluntad de Dios, o a la voluntad del Pueblo, o a los intereses generales del Proletariado o al Progreso de la Humanidad. En todos los casos, los individuos son los soportes de puras abstracciones.

La relación representante-representado se torna posible cuando los individuos, abstrayendo de sí mismos una de sus características comunes, por ejemplo, la cualidad de proletario o la de miembro de la especie humana, someten a ella la totalidad de su individualidad. Se trata de una sumisión a una idea, pues las propiedades de los individuos no tienen existencia real fuera de éstos. Lo que existen en realidad son individuos, María o Manuel, que, además de ser Proletarios o Burgueses, tienen muchas otras cualidades. El Proletario, con P mayúscula, o el Hombre, con H mayúscula, no pasan de una mera abstracción.

Sólo la transformación de los hombres en meros soportes de puras ideas, podría permitir la existencia de representantes y de representados, dirigentes y dirigidos. La plena expresión de la diversidad existente entre los individuos, la plena expresión de su autenticidad, es incompatible con el fenómeno de representación, esto es, con la delegación de Poderes. Nosotres no aceptamos que un individuo pueda representar a otro, porque son diferentes, porque son dos seres únicos e irreductibles. En el movimiento anarquista existen mandatarios de los grupos, esto es, individuos a los cuales les es atribuido por libre acuerdo la función de defender determinados pactos, pero no representantes o mandatarios, electos o no.

Se llega, así, a la conclusión de que es el dominio del Santo Espíritu sobre los seres humanos, la alienación religiosa, sobre las más diversas formas, la base de las relaciones de dominación y de explotación que vigoran en la sociedad actual.

Efectivamente, es el espíritu de supremacía del Espíritu, hecho que tiene su fundamento en el fenómeno religioso (el fenómeno del temor a la muerte y la consecuente creencia en la inmortalidad del alma y en la existencia de los poderes sobrenaturales), el que está en las bases de las varias formas de opresión social.

En suma, sólo los grupos anarquistas, asociaciones libres de mujeres y hombres libres, basados en la afinidad, asociaciones de verdaderos enemigos del Poder y de su fundamento, la religión considerada sobre todas sus formas, luchan efectivamente contra todo género de opresión, incluida la represión específica de la que son blanco algunos individuos del sexo femenino. No son, con certeza, colectivos especializados en luchas parciales, colectivos reformistas que no pueden atacar efectivamente la causa profunda de las variadas formas de represión. En el seno del movimiento anarquista organizado y revolucionario, un movimiento que se basa en el respeto por la dignidad y la individualidad de cada ser humano, independientemente del sexo, no hay razón para que una persona, mujer u hombre, que no tenga problemas en asumir su propia personalidad, que confía plenamente en sí misma, se sienta atrofiada o limitada. Más allá, les anarquistas son defensores y practicantes del amor libre, lo que significa que en sus medios las personas, hombres y mujeres, no son objetos, manipulables o explorables, lo que significa que en sus medios no hay ninguna forma de prostitución humana.

NOTA FINAL

La defensa hecha en este artículo del individualismo anarquista no significa, de ninguna forma, en rechazo del comunismo libertario. Como considera relevante la dimensión ético-social de todos los seres humanos y como considera que la libertad de un individuo es indisociable de la de los demás, el autor de este artículo es defensor de la síntesis de las ideas del individualismo ácrata con las concepciones del comunismo libre. Para el autor de este artículo, el comunismo anarquista es una condición de la libertad individual.

J. Oliveira
Traducido de Cuadernos Acção Directa,Número 31, Junio-Julio de 1997
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