Medicación

Primero, debemos re-evaluar el concepto de "salud mental" en la sociedad actual. Para la mayoría de los "profesionales" de la salud, sociólogos, educadores y demás gentucilla, el término "salud mental" equivale a adaptación social, es decir: serán patológicos todos aquellos procesos mentales que alteren la "normal" relación del individuo con la sociedad y con las personas que le rodean, y que le impidan desempeñar "roles normales" de comportamiento. (Pongamos como ejemplo a esa gran cantidad de niños diagnosticados de "hipercinéticos", que son incapaces de aguantar las interminables horas de tediosas clases y actividades "extraescolares", y que en consecuencia se encuentran aburridos, intranquilos, desmotivados... ¿patología?).

Por otro lado, las causas o etiologías que producen estos procesos se reducen sistemáticamente a mecanismos genéticos y bioquímicos. Las explicaciones dadas, son entonces del tipo: "Estás deprimido porque tienes la serotonina baja".

Dada esta concepción tan reduccionista de las enfermedades mentales, es fácil entender la sinrazón de muchos tratamientos. La mayoría de estos fármacos van únicamente encaminados a hacer desaparecer la sintomatología: "Este antidepresivo te va a curar la depresión porque te va a subir la serotonina", dejando de lado el resto de factores personales, sociales y económicos, verdaderos desen-cadenantes de muchos de estos trastornos (aunque no de todos, desde luego). Nosotres proponemos una vuelta de la tortilla: son esos factores que configuran nuestro día a día los que debemos transformar para superar estas situaciones. Por tanto centramos nuestra crítica en que:

1.- Los fármacos utilizados sólo disipan los síntomas, pero no son curativos, es decir, que tras suspender el tratamiento con ansiolíticos, antidepresivos... volverás a sentir ansiedad, depresión... cuando se den las mismas situaciones de antes, ya que las condiciones que las provocan no han desaparecido.

2.- Denunciamos el papel recuperador de estas terapias en las luchas sociales: "Tú no estas triste porque el mundo que te rodea sea absurdo, ni por haber sido reducido al papel de mercancía, ni por la prevalencia de las relaciones descuartizadas y espectaculares, sino por que tienes un gen chungo que no produce suficiente serotonina, dopamina o lo que sea". Este papel "adormilador" es especialmente patente en una serie de situaciones, como por ejemplo en las cárceles, donde la administración forzosa de tranquilizantes, las inyecciones de neurolépticos y el resto de las drogas (heroína, metadona...) mantienen a les preses en un estado de sumisión, lejos de desencadenar acciones de protesta y lucha.

3.- Las grandes empresas farmacéuticas se frotan las manos con el negocio: casi un cuarto de la población mundial sufrirá a lo largo de su vida problemas psicológicos, y la depresión se establece como la auténtica epidemia del siglo XXI.

4.- Los efectos secundarios de estos medicamentos son enormemente dañinos e incluso insoportables para la persona que los toma. Las consecuencias que ocasionan a más largo plazo también son muy importantes, por más que las empresas farmacéuticas intenten encubrirlos. Un ejemplo escalofriante: casi la mitad de las personas tratadas con neurolépticos (fármacos utilizados, principalmente, en el tratamiento de la esquizofrenia) durante más de seis meses desarrollan discinesias tardías (movimientos involuntarios, repetitivos, e irreversibles de diversos músculos). La pérdida de iniciativa que producen, el aletargamiento y la dependencia (tanto psicológica como física) que desarrollan, pueden perjudicar -más que beneficiar -la resolución de estas situaciones.

El dolor se lo pueden quedar todito les cristianes...

Pero también somos conscientes de que vivimos en una realidad que no se va a trasformar de la noche a la mañana, y en la que tratamos de revolucionar nuestras vidas, evitando así pasarnos los días aguardando como idiotas una revolución que no vamos a traer a base de esperar. Entendemos, que personas que están sufriendo puedan buscar apoyo en estos medicamentos (aún siendo conscientes de que no son realmente curativos, y del papel que cumplen), para disminuir la sintomatología que les atenaza y que no les permite embarcarse en la resolución - transformación de las condiciones de vida que les asfixian. Estos medicamentos pueden ser una ayuda en algunos casos, pero una terapia que se base únicamente en la administración de psicofármacos carece de sentido (tiene más bien poco de terapéutico), ya que estos inciden sobre la sintomatología y no sobre la causa real desencadenante.

No hacemos apología del martirismo, simplemente refutamos enérgicamente la tesis sostenida por el Sistema de Salud Mental y sus conocidas órbitas, a saber: que la medicación proporciona la cura efectiva de las patologías mentales. La utilización de psicofármacos debe tener detrás una conciencia, de que por un lado implican una serie de peligros de los cuales los pacientes no suelen ser informados, y por otro, de que no serán capaces de afectar la realidad que rodea al individuo que sufre. Por eso queremos dejar claro que las simplificaciones que algún listille hace en estos temas ("la medicación es veneno", "la medicación es contrarrevolucionaria", bla bla bla) tan sólo demuestra una capacidad de comprensión anulada. A quien sea tan purista que no pueda llegar a ver esto, le decimos simplemente: "No sabes lo oscuro que pueden llegar a verse las cosas desde el fondo del pozo".

Cuando los psicofármacos no se venden en las farmacias...

Criticamos y seguiremos criticando. Señalaremos la oscura labor de los recuperadores químicos, lleven bata o rastas, tengan títulos universitarios o piercings y pelos de colores. No encontramos diferencia y, por tanto, os trataremos con el mismo desprecio: El desprecio hacia quien no duda en destrozar la salud y la vida de nuestres compañeres para el lucro personal. Tratan de convertimos en mercancías, fomentando (en aras del desarrollo de sus negocios - chiringuitos) relaciones ocio-festivas que no son, sino una prolongación más de los largos tentáculos del espectáculo, falsificación buenrollista de la amistad y del amor. El ocio, aparece así, como resignación y olvido, tiempo marcado por el consumo (y por tanto, por el trabajo necesario para poder consumir) y no como disfrute verdadero: acercarse y charlar, compartir abrazos y risas, y conspiraciones en voz baja...

Apestosos hombres de negocios, vendéis vuestra basura en otro formato y en otras circunstancias, pero realmente cumpliendo una función muy similar a la de los psicofármacos. Incluso la composición química y mecanismos de acción farmacológicos son muy similares a los de los medicamentos psiquiátricos (ejemplo: cocaína y antidepresivos del tipo IMAO). La careta química del fin de semana nos ayuda a olvidar la miseria diaria: lejos de ayudar a la trasformación real las condiciones de vida que nos van producir gran parte de estos "problemas vitales", nos facilita la evasión mental y el dejar de pensar en la mierda que nos rodea, impidiendo así cualquier tipo de cambio, tanto personal como social.

Brotes psicóticos tras tomar LSD, ataques de ansiedad y pánico con éxtasis y anfetamínas, depresión postcocaínica, delirium tremens, apatía cannábica... estos y otros muchos problemas son la maravillosa contribución que estos productos (que nos venden gente que hace creernos -vía apariencias, militancia- que son nuestres propies compañeres) hacen al mundo de la salud mental. Para nosotres, son parte esencial del sistema de control social, y elemento dinamitador de las luchas por la transformación radical del mundo en el que vivimos... son nuestres enemigues.

Nosotres nos defendemos atacando...

Pero si tenemos tan claro que ni las drogas (vengan de donde vengan ...), ni las instituciones que trabajan en el ámbito de la salud mental nos pueden ofrecer una salida a la situación a la que nos arrastran nuestros trastornos y afecciones, alguna otra alternativa tendríamos que plantear...

Desde nuestra postura, afirmamos que la mayor parte de lo que conocemos bajo el nombre de enfermedades mentales, son el producto de la violencia ejercida por el sistema en el que crecemos y vivimos (sin ir más lejos: ¿quién no encuentra en su día a día 1.000.000 de razones que podrían llegar a desencadenar una depresión?). Por lo tanto, la solución no puede estar en entregamos a las manos de los gestores de ese sistema y sus fármacos. Cuando nos encontramos en un continuo estado de simulación, en el que vivir equivale a elegir entre el menú de libretos que nos ofrecen los amos para interpretar (el de asalariado, el de hijo, el de estudiante, el de consumidor compulsivo, el de revolucionario -sí, el de revolucionario también puede llegar a ser un rol totalmente determinado por las estructuras que rigen lo existente), el desarrollo de la singularidad pasa por el enfrentamiento abierto con las pautas impuestas.

La lucha por la singularidad es el único camino que conocemos para combatir la interiorización de la opresión. Ésta no puede ser frenada pagando consultas de psicólogos con un dinero que hemos obtenido mediante un trabajo deshumanizador y absurdo (como lo son la inmensa mayoría de trabajos que tenemos), ni llenando la boca de pastillitas que nos proporciona una sonriente bata blanca, ni siendo encerrados entre cuatro paredes por lúcidos profesionales... la única manera de enfrentamos a ella, es rompiendo la condición de espectadores pasivos de nuestras propias vidas, y creando una alternativa real de escape. Para ello sólo hay un camino, y es el de la acción. Mediante ésta revelamos nuestra cualidad de ser distintes, nos diferenciamos, para dejar de ser así meras mercancías en continua compra-venta. Abrimos una brecha entre lo que somos y lo que se espera de nosotros, posibilitamos lo inesperable y expandimos los límites con los que nos tropezamos cotidianamente. La lucha contra la pasividad y la generalización de la impotencia no es un camino para héroes o elegides. Pensamos que los héroes apestan. Tampoco se necesitan abanderades ni sacrificios, y ningún dirigente vendrá a explicamos como abrimos paso. No representamos a nadie, y menos al colectivo de enfermos mentales, atacamos en nuestro propio nombre. Las herramientas se encuentran al alcance de quien quiera utilizarlas: autoorganización, propaganda, mala ostia, complicidad, insulto, sabotaje... Atacar y escapar, liberar zonas, disfrutar con ello, y antes de que caigan sobre nosotras dar un salto más e inaugurar un nuevo frente de lucha.

Nuestras intenciones no podrían ser más claras: renegamos de este mundo de mierda y de la totalidad de sus valores (consenso, trabajo, competencia, consumo, prestigio, cánones de belleza, tolerancia, progreso, lucidez…), lo consideramos causa de la miseria y banalización que nos tienen cogidos por el pescuezo, y por tanto nos declaramos en guerra. Así pues, pretendemos abrir procesos de liberación en los cuales podamos construir nuevas relaciones personales (con la previa condición de pasar a cuchillo las antiguas), espacios y tiempos des-alienados, posibilidades de desatar nuestra propia creatividad e insertar en la fea realidad nuestras colecciones de deseos. Queremos aniquilar el aburrimiento en todas y cada una de sus formas, gozar, divertimos, e inventarnos un lugar donde la posibilidad de caer enfermos no esté a la orden del día.

La revuelta es la única receta contra la atomización y mercantilización sociales. Es el espacio y el tiempo mágicos en los cuales les niñes asustades pueden jugar a que se les está quitando el miedo. ¿Y que somos nosotres la mayor parte del tiempo salvo niñes asustades?, ¿qué otra cosa podríamos ser cuándo somos etiquetades-diagnosticades, drogades o encerrades? Ya lo hemos dicho, no somos héroes y nos sobra el miedo. Lo que pasa es que ya hemos aprendido lo que hacer con él...

Extraído de “Enajenadxs”, #3
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