Desarrollo del mundo material. El desarrollo gradual del mundo material, así como de la vida orgánica animal y de la inteligencia históricamente progresiva del hombre tanto individual como social es perfectamente concebible. Constituye un movimiento enteramente natural desde lo simple a lo complejo, desde lo inferior a lo superior desde lo bajo a lo alto; un movimiento con forme con nuestra experiencia cotidiana y acorde también con nuestra lógica natural, con las leyes mismas de nuestra mente, la cual, al haberse formado, y desarrollado sólo con ayuda de esta misma experiencia, no es sino su reproducción en la mente y en el cerebro, su pauta mediata.
El sistema de los idealistas. El sistema de los idealistas es prácticamente lo opuesto. Constituye la completa inversión de toda la experiencia humana y de todo el sentid común universal y general, que constituye la condición necesaria de cualquier entendimiento entre los hombres y que, elevándose desde la verdad simple y unánimemente admitida de que dos por dos son cuatro hasta las especulaciones científicas más sublimes y complicadas sin admitir además, nada que no haya sido estrictamente confirmado por la experiencia o por la observación de los hechos y; fenómenos, se transforma en la única base seria del conocimiento humano.
El camino de los metafísicos. El camino seguido por los caballeros de la escuela metafísica es enteramente diferente y por metafísicos no sólo nos referimos a los seguidores de la doctrina hegeliana, escasos en la actualidad, sino también a los positivistas ya todos los partidarios actuales de la diosa ciencia; y, de la misma forma, todos aquellos que, procediendo por diversos medios, Incluso por el estudio más arduo, aunque necesariamente imperfecto del pasado y el presente, han levantado un ideal de organización social donde quieren encasillar a toda costa, como en un lecho de Procrusto, la vida de generaciones futuras; ya todos los que, en una palabra, no consideran el pensamiento y la ciencia como manifestaciones necesarias de la vida natural y social, sino que reducen nuestra pobre vida hasta el extremo de ser en ella sólo la manifestación práctica de su propio pensamiento y de su propia e imperfecta ciencia.
El método del idealismo. En vez de perseguir el orden natural desde lo inferior a lo superior, desde lo más bajo a lo más alto, desde lo relativamente simple a lo más complejo; en vez de perseguir sabia, y racionalmente el movimiento progresivo y real, desde el mundo llamado inorgánico hasta el mundo orgánico, al remo vegetal, a continuación al reino animal, y por último, al mundo específicamente humano; en vez de seguir el movimiento desde la materia o la actividad química hasta la materia o la actividad viviente, y desde la actividad viviente al ser pensante, los idealistas, obsesionados, cegados y empujados por el divino fantasma que heredaron de la teología, toman precisamente el camino opuesto. Comienzan con Dios, presentado como una persona o como una sustancia o idea divina, y el primer paso que dan es una terrible caída desde las sublimes alturas del ideal eterno hasta la charca del mundo material; desde la perfección absoluta a la imperfección absoluta; desde el pensamiento al ser, o más bien desde el Ser Supremo a la pura nulidad. (...)
Las contradicciones del idealismo. Los idealistas no tienen su fuerte en la lógica, y podría decirse que la desprecian. Esta actitud les distingue de los metafísicos pertenecientes a la escuela panteísta y deísta y otorga a sus ideas y el carácter del idealismo práctico, que no extrae su inspiración tanto de un riguroso desarrollo del pensamiento como de la experiencia casi diría que de las emociones históricas, colectivas e individuales de la vida. Esto proporciona a su propaganda un aspecto de opulencia y poder vital pero sólo un aspecto; porque la vida misma se hace estéril cuando se ve paralizada por una contradicción lógica. Esta contradicción consiste en lo siguiente: quieren a Dios, y quieren a la humanidad. Persisten en conectar ambos términos que, una vez separados, no pueden vincularse sin una recíproca destrucción. Afirman al mismo tiempo «Dios y la libertad del hombre», o «Dios y la dignidad, justicia, igualdad, fraternidad y bienestar de los hombres», sin pagar tributo a la lógica fatal en virtud de la cual si Dios existe, todas esas cosas están condenadas a la inexistencia. Porque si Dios es, es necesariamente el Señor eterno, supremo y absoluto, y si existe un amo semejante, el hombre es un esclavo. Ahora bien, si el hombre es un esclavo ni la justicia, ni la igualdad, ni la fraternidad, ni la prosperidad son posibles para él. Ellos (los idealistas), desafiando la sensatez y toda la experiencia histórica, pueden representar a su Dios como un ser animado por el más tierno amor hacia la libertad humana; pero un señor, haga lo que fuere y por muy liberal que quiera parecer, seguirá siendo siempre un señor, y su existencia implicará necesariamente la esclavitud de todos cuantos están por debajo de él. En consecuencia, si Dios existiera, sólo podría favorecer la libertad humana de un modo; dejando de existir. Siendo un celoso amante de la libertad humana, y considerándola condición necesaria para todo cuanto admiro y respeto en la humanidad, invierto el aforismo de Voltaire y digo; «Si Dios existiera realmente, sería necesario abolirlo». (...)
El idealismo es la bandera de la fuerza bruta. En resumen, por todas partes el idealismo religioso o filosófico (pues lo uno es simplemente una interpretación más o menos libre de lo otro) sirve hoy como bandera de la fuerza material brutal y sangrienta, de la explotación material desvergonzada.
El materialismo es la bandera de la igualdad económica y de la justicia social. Por el contrario, la bandera del materialismo teórico, la bandera roja de la igualdad económica y la justicia social, es desplegada por el idealismo práctico de las masas oprimidas y famélicas que intentan poner en práctica la más alta libertad y realizar el derecho de cada individuo en la fraternidad de todos los hombres sobre la tierra.
Los verdaderos idealistas y materialistas. ¿Quiénes son los verdaderos idealistas, no los idealistas de la abstracción sino los de la vida, no los idealistas del cielo sino los de la tierra y quiénes son los materialistas? Es evidente que la condición esencial del idealismo teórico o divino es el sacrificio de la lógica y la razón humana, y la renuncia a la ciencia. Por otra parte, al defender las doctrinas del idealismo nos vemos arrastrados al campo, de los opresores y explotadores de las masas. Son dos grandes razones que, según parece, debieran ser suficientes para alejar del idealismo a cualquier gran espíritu ya todo gran corazón. ¿Cómo entender que nuestros ilustres idealistas contemporáneos, a quienes sin duda no falta ni espíritu, ni corazón, ni buena voluntad, que han puesto sus vidas al servicio de la humanidad, persistan en estar entre los representantes de una doctrina ya condenada y deshonrada ? Deben haber sido impulsados por motivos muy fuertes. Dichos motivos no pueden corresponder a la lógica ni a la ciencia, porque la lógica y la ciencia han pronunciado su veredicto contra la doctrina idealista y es razonable pensar que los intereses personales no pueden contarse entre sus motivos, porque esas personas están infinitamente por encima de los intereses particulares. Debe existir entonces un poderoso motivo de orden moral. ¿Cuál? Sólo puede ser uno: estas gentes tan celebradas piensan, sin duda, que las teorías o creencias idealistas son esenciales para la dignidad y la grandeza moral del hombre, y que las teorías materialistas lo reducen al nivel de la bestia. Pero, ¿y si fuese cierto lo contrario? Todo desarrollo implica la negación de su punto de partida, y puesto que el punto de partida es material, según la doctrina de la escuela materialista, la negación debe ser necesariamente ideal. Comenzando por la totalidad del mundo real, o por lo que se denomina abstractamente materia, el materialismo llega lógicamente a la verdadera idealización, es decir, a la humanización, a la plena y completa emancipación de la sociedad. Por otra parte, y por la misma razón, el punto de partida de la escuela idealista es ideal y llega necesariamente a la materialización de la sociedad, a la organización de un despotismo brutal ya una explotación vil e inicua en las formas de la Iglesia y el Estado. El desarrollo histórico del hombre con arreglo a la escuela materialista es una progresiva ascensión, mientras en el sistema idealista no puede ser más que una continúa caída.
Puntos de divergencia entre materialismo e idealismo. Sea cual fuere la cuestión relativa al hombre que examinemos, siempre llegaremos a la misma contradicción básica entre estas dos escuelas. El materialismo comienza por la animalidad para llegar a establecer la humanidad; el idealismo comienza por la divinidad para llegar a establecer la esclavitud, y condenar a las masas a una animalidad perpetua. El materialismo niega el libre albedrío y termina en el establecimiento de la libertad. El idealismo, en nombre de la dignidad humana, proclama el libre albedrío y descubre la autoridad sobre las ruinas de toda libertad. El materialismo rechaza el principio de autoridad, concibiéndolo frontalmente como corolario de la animalidad y creyendo, por el contrario, que el triunfo de la humanidad –considerado por el materialismo como el objetivo principal y como el significado de la historia sólo puede realizarse a través de la libertad. En una palabra, al tratar cualquier cuestión, siempre encontraréis al idealista sumido en el materialismo práctico, mientras que siempre veréis al materialista persiguiendo y realizando las aspiraciones y pensamientos más ideales. El idealismo es el déspota del pensamiento, lo mismo que la política es el déspota de la voluntad. Sólo el socialismo y la ciencia positiva muestran el debido respeto hacia la Naturaleza y la libertad de los hombres.
El marxismo y sus falacias. La escuela doctrinaria de socialistas, o más bien los comunistas estatales de Alemania... representan una escuela bastante respetable, circunstancia que no la exime, sin embargo, de caer ocasionalmente en errores. Una de sus falacias principales es tener como base teórica un principio profundamente cierto cuando se concibe de manera apropiada es decir, desde un punto de vista relativo, pero que se vuelve radicalmente falso cuando se le considera aislado de las demás condiciones y se le mantiene como el único fundamento y fuente primaria de todos los demás principios, según acontece en esa escuela. Este principio, que constituye el fundamento esencial del socialismo positivo, recibió por primera vez su formulación científica y su desarrollo del Sr. Karl Marx, jefe principal de los comunistas alemanes. Constituye la idea dominante del famoso “Manifiesto Comunista”.
Marxismo e idealismo. Este principio se encuentra en contradicción absoluta con el principio admitido por los idealistas de todas las escuelas. Mientras los idealistas deducen todos los hechos históricos incluyendo. los desarrollos de intereses materiales y los diversos estadios de organización económica de la sociedad del desarrollo de las ideas, los comunistas alemanes ven en toda la historia y en las manifestaciones más ideales de la .vida humana tanto colectiva como individual, en todos los desarrollos intelectuales morales, religiosos, metafísicos, científicos, artísticos, políticos y sociales acontecidos en el pasado y en el presente sólo el reflejo o el resultado inevitable del desarrollo de los fenómenos económicos. Mientras que los idealistas consideran las ideas como fuente productora y dominante de los hechos, los comunistas, plenamente de acuerdo con el materialismo científico, mantienen, por el contrario, que los hechos producen las ideas, y que las ideas son siempre únicamente el reflejo ideal de los acontecimientos; que en el conjunto total de los fenómenos, los fenómenos económicos materiales constituyen la base esencial, el fundamento primario, mientras todos los demás fenómenos intelectuales y morales, políticos y sociales aparecen como derivados necesarios de los primeros.
¿Quiénes están en lo cierto, los idealistas o los materialistas? ¿Quiénes están en lo cierto, los idealistas o los materialistas? Cuando la pregunta se plantea así, la duda resulta imposible. Indudablemente, los idealistas están equivocados y los materialistas están en lo cierto. Desde luego los hechos vienen antes que las ideas; desde luego, como dijo Proudhon, el ideal no es sino la flor, cuyas raíces están enterradas en las condiciones materiales de existencia. Desde luego, toda la historia intelectual y moral, política y social humana no es sino el reflejo de su historia económica. Todas las ramas de la ciencia moderna, de una ciencia concienzuda y seria, están de acuerdo en proclamar esta verdad grande, básica y decisiva: el mundo social, el mundo puramente humano, la humanidad, no es sino el último y supremo desarrollo por lo menos, en lo que respecta a nuestro propio planeta y la más alta manifestación de la animalidad. Pero así como todo desarrollo implica necesariamente la negación de su base o punto de partida la humanidad es al mismo tiempo la negación acumulativa del principió animal en el hombre, y es precisamente está negación, tan racional como natural, y racional precisamente por ser natural a un tiempo histórica y lógica, tan inevitable como el desarrollo y la consumación de todas las leyes naturales del mundo lo que constituye y crea el ideal, el mundo de las convicciones intelectuales y morales, el mundo de las ideas.
El primer dogma del materialismo. [Mazzini] afirma que los materialistas somos ateos. Nada tenemos que decir a esto porque en efecto somos ateos, y nos enorgullecemos de ello, al menos en la medida en que puede permitirse el orgullo a desdichados individuos que como olas se elevan por un momento y luego desaparecen en el vasto océano colectivo de la sociedad humana. Nos enorgullecemos de ello porque el ateísmo y el materialismo son la verdad, o más bien la efectiva base de la verdad, y también porque deseamos la verdad y sólo la verdad por encima de todo lo demás y por encima de las consecuencias prácticas y además creemos que a pesar de las apariencias, a pesar de las cobardes insinuaciones de una política de cautela y escepticismo, sólo la verdad traerá consigo un bienestar práctico para el pueblo. Este es el primer dogma de nuestra fe. Pero mira hacia adelante, hacia el futuro, y no hacia atrás.
El segundo dogma del materialismo. De todas formas, él [Mazzini] no se conforma con señalar nuestro ateísmo y materialismo; deduce de él que no podemos amar a las personas ni respetarlas por sus virtudes ; que las grandes cosas que han hecho vibrar los más nobles corazones –la libertad, la justicia, la humanidad, la belleza, la verdad deben ser todas ajenas a nosotros, y que remolcando sin meta alguna nuestra desdichada existencia –arrastrándonos más que andando derechos sobre la tierra no tenemos preocupación alguna salvo gratificar nuestros toscos y sensuales apetitos. Y nosotros le decimos, venerable pero injusto maestro «Mazzini», que está en un lamentable error. ¿Quiere saber en qué medida amamos esas cosas grandes y bellas, cuyo conocimiento y amor nos niega? Entienda que nuestro amor por ellas es tan fuerte que de todo corazón estamos enfermos y cansados viéndolas para siempre suspendidas en su Cielo que las robó de la tierra como símbolos y promesas nunca cumplidas. Ya no nos contentamos con la ficción de esas bellas cosas: las queremos en su realidad Y aquí está el segundo dogma de nuestra fe, ilustre maestro. Creemos en la posibilidad y en la necesidad desdicha realización sobre la tierra; y, al mismo tiempo, estamos convencidos de que todas esas cosas que usted venera como esperanzas celestiales perderán necesariamente su carácter místico y divino cuando se conviertan en realidades humanas y terrestres.
La materia del idealismo. Usted pensaba que se había deshecho completamente de nosotros llamándonos materialistas. Pensaba que así nos condenaba y aplastaba. Pero o ¿sabe usted de dónde proviene ese error suyo? Lo que usted y nosotros llamamos materia son dos cosas totalmente distintas, dos conceptos totalmente diferentes. Su materia es una identidad ficticia como su Dios, como su Satán, como su alma infinita. Su materia es tosquedad infinita, brutalidad inerte, una entidad tan imposible como el espíritu puro, incorpóreo y absoluto; los dos existen sólo como invenciones de la abstracta fantasía de los teólogos y metafísicos, únicos autores y creadores de ambos inventos. La historia de la filosofía nos ha revelado el proceso –de hecho un proceso simple de la creación inconsciente de esta ficción, el origen de esta fatal ilusión histórica, que durante el largo transcurso de muchos siglos ha pendido gravosamente, como una terrible pesadilla, sobre las mentes oprimidas de generaciones humanas. (...)
La materia de los materialistas. Admitimos francamente que no conocemos a su Dios, pero tampoco conocemos a su materia; o, más bien, sabemos que ninguno de los dos conceptos existe, sino que fueron creados a priori por la fantasía especulativa de pensadores ingenuos de épocas pasadas. Con las palabras materia y material queremos indica la totalidad, la jerarquía de los entes reales, comenzando por los cuerpos orgánicos más simples y acabando con la estructura y el funcionamiento del cerebro de los más grandes genios: los sentimientos más sublimes, los pensamientos más grandes, los actos más heroicos, actos de auto sacrificio, deberes tanto como derechos, la voluntaria renuncia al propio bienestar, al propio egoísmo hasta las aberraciones trascendentales y místicas de Mazzini, así como las manifestaciones de la vida orgánica, las propiedades y acciones químicas, la electricidad, la luz, el calor, la gravedad natural de los cuerpos, o que lo constituye, a nuestro entender, un conjunto muy diferenciado, pero al mismo tiempo estrechamente relacionado, de evoluciones dentro de esa totalidad del mundo real que denominamos material. (...)
La materia comprende el mundo ideal. Resumiré: indicamos con la palabra material todo cuanto acontece en el mundo real, dentro y fuera del hombre, y aplicamos la palabra ideal exclusivamente a los productos de la actividad cerebral del hombre; pero puesto que nuestro cerebro es por entero una organización de orden material, y su función es también material, como la acción de todas las demás cosas, se deduce de ello que lo que llamamos materia o mundo material no excluye en modo alguno, sino que incluye necesariamente también al mundo ideal.
Materialistas e idealistas en la práctica. He aquí. Un hecho que merece una atenta reflexión por parte de nuestros adversarios platónicos. ¿A qué se debe que los teóricos del materialismo acostumbren mostrarse en la práctica más idealistas que los propios idealistas? Esta paradoja es, de todas formas, bastante lógica y natural. Porque todo desarrollo implica en alguna medida una negación del punto de partida; los teóricos del materialismo comienzan con el concepto de materia y desembocan en la idea, mientras los idealistas, que adoptan como punto de partida la idea pura y absoluta, reiterando constantemente el viejo mito del pecado original única expresión simbólica de su propio y triste destino recaen teórica y prácticamente en el dominio de la materia que, a su entender, nos tiene irremisiblemente enredados a nosotros, ¡y qué materia! Una materia brutal, innoble y estúpida, creada por su propia imaginación como su alter ego, o como la reflexión de su yo ideal. Del mismo modo, los materialistas, que siempre armonizan sus teorías sociales con el curso efectivo de la historia, conciben el estadio animal, el canibalismo y la esclavitud como los primeros puntos de partida en el movimiento progresivo de la sociedad; pero ¿a qué apuntan? ¿Qué quieren? Quieren la emancipación, la plena humanización de la sociedad; mientras que los idealistas, adoptando por premisa básica de sus especulaciones el alma inmortal y la autonomía de la voluntad, terminan inevitablemente en el culto al orden público, como Thiers, o en el culto a la autoridad, como Mazzini; es decir, en el establecimiento y la canonización de una esclavitud perpetua. De aquí se deduce que el materialismo teórico desemboca necesariamente en el idealismo práctico, y que las teorías idealistas únicamente encuentran su realización en un tosco materialismo práctico. Ayer mismo se desplegó ante nuestros ojos la prueba de lo que acabamos de decir.
¿Dónde estaban los materialistas y ateos? En la Comuna de París y ¿dónde estaban los idealistas que creen en Dios? En la Asamblea Nacional. El de Versalles. ¿Qué querían los revolucionarios de Paris? Querían la emancipación definitiva de la humanidad a través de la emancipación del trabajo. ¿Y qué quiere actualmente? ¿En la triunfante Asamblea de Versalles? La degradación definitiva de la humanidad bajo el doble yugo del poder espiritual y secular Los materialistas quieren avanzar, imbuidos de fe y despreciando el sufrimiento, el peligro y la muerte, porque ven ante ellos el triunfo de la humanidad, Pero los idealistas faltos de empuje y presagiando únicamente espectros sangrientos, quieren llevar como sea a la humanidad, de nuevo: hacia el lodazal de donde ha ido saliendo con tan grandes dificultades.
Que cada cual compare y forme su juicio.
El sistema de los idealistas. El sistema de los idealistas es prácticamente lo opuesto. Constituye la completa inversión de toda la experiencia humana y de todo el sentid común universal y general, que constituye la condición necesaria de cualquier entendimiento entre los hombres y que, elevándose desde la verdad simple y unánimemente admitida de que dos por dos son cuatro hasta las especulaciones científicas más sublimes y complicadas sin admitir además, nada que no haya sido estrictamente confirmado por la experiencia o por la observación de los hechos y; fenómenos, se transforma en la única base seria del conocimiento humano.
El camino de los metafísicos. El camino seguido por los caballeros de la escuela metafísica es enteramente diferente y por metafísicos no sólo nos referimos a los seguidores de la doctrina hegeliana, escasos en la actualidad, sino también a los positivistas ya todos los partidarios actuales de la diosa ciencia; y, de la misma forma, todos aquellos que, procediendo por diversos medios, Incluso por el estudio más arduo, aunque necesariamente imperfecto del pasado y el presente, han levantado un ideal de organización social donde quieren encasillar a toda costa, como en un lecho de Procrusto, la vida de generaciones futuras; ya todos los que, en una palabra, no consideran el pensamiento y la ciencia como manifestaciones necesarias de la vida natural y social, sino que reducen nuestra pobre vida hasta el extremo de ser en ella sólo la manifestación práctica de su propio pensamiento y de su propia e imperfecta ciencia.
El método del idealismo. En vez de perseguir el orden natural desde lo inferior a lo superior, desde lo más bajo a lo más alto, desde lo relativamente simple a lo más complejo; en vez de perseguir sabia, y racionalmente el movimiento progresivo y real, desde el mundo llamado inorgánico hasta el mundo orgánico, al remo vegetal, a continuación al reino animal, y por último, al mundo específicamente humano; en vez de seguir el movimiento desde la materia o la actividad química hasta la materia o la actividad viviente, y desde la actividad viviente al ser pensante, los idealistas, obsesionados, cegados y empujados por el divino fantasma que heredaron de la teología, toman precisamente el camino opuesto. Comienzan con Dios, presentado como una persona o como una sustancia o idea divina, y el primer paso que dan es una terrible caída desde las sublimes alturas del ideal eterno hasta la charca del mundo material; desde la perfección absoluta a la imperfección absoluta; desde el pensamiento al ser, o más bien desde el Ser Supremo a la pura nulidad. (...)
Las contradicciones del idealismo. Los idealistas no tienen su fuerte en la lógica, y podría decirse que la desprecian. Esta actitud les distingue de los metafísicos pertenecientes a la escuela panteísta y deísta y otorga a sus ideas y el carácter del idealismo práctico, que no extrae su inspiración tanto de un riguroso desarrollo del pensamiento como de la experiencia casi diría que de las emociones históricas, colectivas e individuales de la vida. Esto proporciona a su propaganda un aspecto de opulencia y poder vital pero sólo un aspecto; porque la vida misma se hace estéril cuando se ve paralizada por una contradicción lógica. Esta contradicción consiste en lo siguiente: quieren a Dios, y quieren a la humanidad. Persisten en conectar ambos términos que, una vez separados, no pueden vincularse sin una recíproca destrucción. Afirman al mismo tiempo «Dios y la libertad del hombre», o «Dios y la dignidad, justicia, igualdad, fraternidad y bienestar de los hombres», sin pagar tributo a la lógica fatal en virtud de la cual si Dios existe, todas esas cosas están condenadas a la inexistencia. Porque si Dios es, es necesariamente el Señor eterno, supremo y absoluto, y si existe un amo semejante, el hombre es un esclavo. Ahora bien, si el hombre es un esclavo ni la justicia, ni la igualdad, ni la fraternidad, ni la prosperidad son posibles para él. Ellos (los idealistas), desafiando la sensatez y toda la experiencia histórica, pueden representar a su Dios como un ser animado por el más tierno amor hacia la libertad humana; pero un señor, haga lo que fuere y por muy liberal que quiera parecer, seguirá siendo siempre un señor, y su existencia implicará necesariamente la esclavitud de todos cuantos están por debajo de él. En consecuencia, si Dios existiera, sólo podría favorecer la libertad humana de un modo; dejando de existir. Siendo un celoso amante de la libertad humana, y considerándola condición necesaria para todo cuanto admiro y respeto en la humanidad, invierto el aforismo de Voltaire y digo; «Si Dios existiera realmente, sería necesario abolirlo». (...)
El idealismo es la bandera de la fuerza bruta. En resumen, por todas partes el idealismo religioso o filosófico (pues lo uno es simplemente una interpretación más o menos libre de lo otro) sirve hoy como bandera de la fuerza material brutal y sangrienta, de la explotación material desvergonzada.
El materialismo es la bandera de la igualdad económica y de la justicia social. Por el contrario, la bandera del materialismo teórico, la bandera roja de la igualdad económica y la justicia social, es desplegada por el idealismo práctico de las masas oprimidas y famélicas que intentan poner en práctica la más alta libertad y realizar el derecho de cada individuo en la fraternidad de todos los hombres sobre la tierra.
Los verdaderos idealistas y materialistas. ¿Quiénes son los verdaderos idealistas, no los idealistas de la abstracción sino los de la vida, no los idealistas del cielo sino los de la tierra y quiénes son los materialistas? Es evidente que la condición esencial del idealismo teórico o divino es el sacrificio de la lógica y la razón humana, y la renuncia a la ciencia. Por otra parte, al defender las doctrinas del idealismo nos vemos arrastrados al campo, de los opresores y explotadores de las masas. Son dos grandes razones que, según parece, debieran ser suficientes para alejar del idealismo a cualquier gran espíritu ya todo gran corazón. ¿Cómo entender que nuestros ilustres idealistas contemporáneos, a quienes sin duda no falta ni espíritu, ni corazón, ni buena voluntad, que han puesto sus vidas al servicio de la humanidad, persistan en estar entre los representantes de una doctrina ya condenada y deshonrada ? Deben haber sido impulsados por motivos muy fuertes. Dichos motivos no pueden corresponder a la lógica ni a la ciencia, porque la lógica y la ciencia han pronunciado su veredicto contra la doctrina idealista y es razonable pensar que los intereses personales no pueden contarse entre sus motivos, porque esas personas están infinitamente por encima de los intereses particulares. Debe existir entonces un poderoso motivo de orden moral. ¿Cuál? Sólo puede ser uno: estas gentes tan celebradas piensan, sin duda, que las teorías o creencias idealistas son esenciales para la dignidad y la grandeza moral del hombre, y que las teorías materialistas lo reducen al nivel de la bestia. Pero, ¿y si fuese cierto lo contrario? Todo desarrollo implica la negación de su punto de partida, y puesto que el punto de partida es material, según la doctrina de la escuela materialista, la negación debe ser necesariamente ideal. Comenzando por la totalidad del mundo real, o por lo que se denomina abstractamente materia, el materialismo llega lógicamente a la verdadera idealización, es decir, a la humanización, a la plena y completa emancipación de la sociedad. Por otra parte, y por la misma razón, el punto de partida de la escuela idealista es ideal y llega necesariamente a la materialización de la sociedad, a la organización de un despotismo brutal ya una explotación vil e inicua en las formas de la Iglesia y el Estado. El desarrollo histórico del hombre con arreglo a la escuela materialista es una progresiva ascensión, mientras en el sistema idealista no puede ser más que una continúa caída.
Puntos de divergencia entre materialismo e idealismo. Sea cual fuere la cuestión relativa al hombre que examinemos, siempre llegaremos a la misma contradicción básica entre estas dos escuelas. El materialismo comienza por la animalidad para llegar a establecer la humanidad; el idealismo comienza por la divinidad para llegar a establecer la esclavitud, y condenar a las masas a una animalidad perpetua. El materialismo niega el libre albedrío y termina en el establecimiento de la libertad. El idealismo, en nombre de la dignidad humana, proclama el libre albedrío y descubre la autoridad sobre las ruinas de toda libertad. El materialismo rechaza el principio de autoridad, concibiéndolo frontalmente como corolario de la animalidad y creyendo, por el contrario, que el triunfo de la humanidad –considerado por el materialismo como el objetivo principal y como el significado de la historia sólo puede realizarse a través de la libertad. En una palabra, al tratar cualquier cuestión, siempre encontraréis al idealista sumido en el materialismo práctico, mientras que siempre veréis al materialista persiguiendo y realizando las aspiraciones y pensamientos más ideales. El idealismo es el déspota del pensamiento, lo mismo que la política es el déspota de la voluntad. Sólo el socialismo y la ciencia positiva muestran el debido respeto hacia la Naturaleza y la libertad de los hombres.
El marxismo y sus falacias. La escuela doctrinaria de socialistas, o más bien los comunistas estatales de Alemania... representan una escuela bastante respetable, circunstancia que no la exime, sin embargo, de caer ocasionalmente en errores. Una de sus falacias principales es tener como base teórica un principio profundamente cierto cuando se concibe de manera apropiada es decir, desde un punto de vista relativo, pero que se vuelve radicalmente falso cuando se le considera aislado de las demás condiciones y se le mantiene como el único fundamento y fuente primaria de todos los demás principios, según acontece en esa escuela. Este principio, que constituye el fundamento esencial del socialismo positivo, recibió por primera vez su formulación científica y su desarrollo del Sr. Karl Marx, jefe principal de los comunistas alemanes. Constituye la idea dominante del famoso “Manifiesto Comunista”.
Marxismo e idealismo. Este principio se encuentra en contradicción absoluta con el principio admitido por los idealistas de todas las escuelas. Mientras los idealistas deducen todos los hechos históricos incluyendo. los desarrollos de intereses materiales y los diversos estadios de organización económica de la sociedad del desarrollo de las ideas, los comunistas alemanes ven en toda la historia y en las manifestaciones más ideales de la .vida humana tanto colectiva como individual, en todos los desarrollos intelectuales morales, religiosos, metafísicos, científicos, artísticos, políticos y sociales acontecidos en el pasado y en el presente sólo el reflejo o el resultado inevitable del desarrollo de los fenómenos económicos. Mientras que los idealistas consideran las ideas como fuente productora y dominante de los hechos, los comunistas, plenamente de acuerdo con el materialismo científico, mantienen, por el contrario, que los hechos producen las ideas, y que las ideas son siempre únicamente el reflejo ideal de los acontecimientos; que en el conjunto total de los fenómenos, los fenómenos económicos materiales constituyen la base esencial, el fundamento primario, mientras todos los demás fenómenos intelectuales y morales, políticos y sociales aparecen como derivados necesarios de los primeros.
¿Quiénes están en lo cierto, los idealistas o los materialistas? ¿Quiénes están en lo cierto, los idealistas o los materialistas? Cuando la pregunta se plantea así, la duda resulta imposible. Indudablemente, los idealistas están equivocados y los materialistas están en lo cierto. Desde luego los hechos vienen antes que las ideas; desde luego, como dijo Proudhon, el ideal no es sino la flor, cuyas raíces están enterradas en las condiciones materiales de existencia. Desde luego, toda la historia intelectual y moral, política y social humana no es sino el reflejo de su historia económica. Todas las ramas de la ciencia moderna, de una ciencia concienzuda y seria, están de acuerdo en proclamar esta verdad grande, básica y decisiva: el mundo social, el mundo puramente humano, la humanidad, no es sino el último y supremo desarrollo por lo menos, en lo que respecta a nuestro propio planeta y la más alta manifestación de la animalidad. Pero así como todo desarrollo implica necesariamente la negación de su base o punto de partida la humanidad es al mismo tiempo la negación acumulativa del principió animal en el hombre, y es precisamente está negación, tan racional como natural, y racional precisamente por ser natural a un tiempo histórica y lógica, tan inevitable como el desarrollo y la consumación de todas las leyes naturales del mundo lo que constituye y crea el ideal, el mundo de las convicciones intelectuales y morales, el mundo de las ideas.
El primer dogma del materialismo. [Mazzini] afirma que los materialistas somos ateos. Nada tenemos que decir a esto porque en efecto somos ateos, y nos enorgullecemos de ello, al menos en la medida en que puede permitirse el orgullo a desdichados individuos que como olas se elevan por un momento y luego desaparecen en el vasto océano colectivo de la sociedad humana. Nos enorgullecemos de ello porque el ateísmo y el materialismo son la verdad, o más bien la efectiva base de la verdad, y también porque deseamos la verdad y sólo la verdad por encima de todo lo demás y por encima de las consecuencias prácticas y además creemos que a pesar de las apariencias, a pesar de las cobardes insinuaciones de una política de cautela y escepticismo, sólo la verdad traerá consigo un bienestar práctico para el pueblo. Este es el primer dogma de nuestra fe. Pero mira hacia adelante, hacia el futuro, y no hacia atrás.
El segundo dogma del materialismo. De todas formas, él [Mazzini] no se conforma con señalar nuestro ateísmo y materialismo; deduce de él que no podemos amar a las personas ni respetarlas por sus virtudes ; que las grandes cosas que han hecho vibrar los más nobles corazones –la libertad, la justicia, la humanidad, la belleza, la verdad deben ser todas ajenas a nosotros, y que remolcando sin meta alguna nuestra desdichada existencia –arrastrándonos más que andando derechos sobre la tierra no tenemos preocupación alguna salvo gratificar nuestros toscos y sensuales apetitos. Y nosotros le decimos, venerable pero injusto maestro «Mazzini», que está en un lamentable error. ¿Quiere saber en qué medida amamos esas cosas grandes y bellas, cuyo conocimiento y amor nos niega? Entienda que nuestro amor por ellas es tan fuerte que de todo corazón estamos enfermos y cansados viéndolas para siempre suspendidas en su Cielo que las robó de la tierra como símbolos y promesas nunca cumplidas. Ya no nos contentamos con la ficción de esas bellas cosas: las queremos en su realidad Y aquí está el segundo dogma de nuestra fe, ilustre maestro. Creemos en la posibilidad y en la necesidad desdicha realización sobre la tierra; y, al mismo tiempo, estamos convencidos de que todas esas cosas que usted venera como esperanzas celestiales perderán necesariamente su carácter místico y divino cuando se conviertan en realidades humanas y terrestres.
La materia del idealismo. Usted pensaba que se había deshecho completamente de nosotros llamándonos materialistas. Pensaba que así nos condenaba y aplastaba. Pero o ¿sabe usted de dónde proviene ese error suyo? Lo que usted y nosotros llamamos materia son dos cosas totalmente distintas, dos conceptos totalmente diferentes. Su materia es una identidad ficticia como su Dios, como su Satán, como su alma infinita. Su materia es tosquedad infinita, brutalidad inerte, una entidad tan imposible como el espíritu puro, incorpóreo y absoluto; los dos existen sólo como invenciones de la abstracta fantasía de los teólogos y metafísicos, únicos autores y creadores de ambos inventos. La historia de la filosofía nos ha revelado el proceso –de hecho un proceso simple de la creación inconsciente de esta ficción, el origen de esta fatal ilusión histórica, que durante el largo transcurso de muchos siglos ha pendido gravosamente, como una terrible pesadilla, sobre las mentes oprimidas de generaciones humanas. (...)
La materia de los materialistas. Admitimos francamente que no conocemos a su Dios, pero tampoco conocemos a su materia; o, más bien, sabemos que ninguno de los dos conceptos existe, sino que fueron creados a priori por la fantasía especulativa de pensadores ingenuos de épocas pasadas. Con las palabras materia y material queremos indica la totalidad, la jerarquía de los entes reales, comenzando por los cuerpos orgánicos más simples y acabando con la estructura y el funcionamiento del cerebro de los más grandes genios: los sentimientos más sublimes, los pensamientos más grandes, los actos más heroicos, actos de auto sacrificio, deberes tanto como derechos, la voluntaria renuncia al propio bienestar, al propio egoísmo hasta las aberraciones trascendentales y místicas de Mazzini, así como las manifestaciones de la vida orgánica, las propiedades y acciones químicas, la electricidad, la luz, el calor, la gravedad natural de los cuerpos, o que lo constituye, a nuestro entender, un conjunto muy diferenciado, pero al mismo tiempo estrechamente relacionado, de evoluciones dentro de esa totalidad del mundo real que denominamos material. (...)
La materia comprende el mundo ideal. Resumiré: indicamos con la palabra material todo cuanto acontece en el mundo real, dentro y fuera del hombre, y aplicamos la palabra ideal exclusivamente a los productos de la actividad cerebral del hombre; pero puesto que nuestro cerebro es por entero una organización de orden material, y su función es también material, como la acción de todas las demás cosas, se deduce de ello que lo que llamamos materia o mundo material no excluye en modo alguno, sino que incluye necesariamente también al mundo ideal.
Materialistas e idealistas en la práctica. He aquí. Un hecho que merece una atenta reflexión por parte de nuestros adversarios platónicos. ¿A qué se debe que los teóricos del materialismo acostumbren mostrarse en la práctica más idealistas que los propios idealistas? Esta paradoja es, de todas formas, bastante lógica y natural. Porque todo desarrollo implica en alguna medida una negación del punto de partida; los teóricos del materialismo comienzan con el concepto de materia y desembocan en la idea, mientras los idealistas, que adoptan como punto de partida la idea pura y absoluta, reiterando constantemente el viejo mito del pecado original única expresión simbólica de su propio y triste destino recaen teórica y prácticamente en el dominio de la materia que, a su entender, nos tiene irremisiblemente enredados a nosotros, ¡y qué materia! Una materia brutal, innoble y estúpida, creada por su propia imaginación como su alter ego, o como la reflexión de su yo ideal. Del mismo modo, los materialistas, que siempre armonizan sus teorías sociales con el curso efectivo de la historia, conciben el estadio animal, el canibalismo y la esclavitud como los primeros puntos de partida en el movimiento progresivo de la sociedad; pero ¿a qué apuntan? ¿Qué quieren? Quieren la emancipación, la plena humanización de la sociedad; mientras que los idealistas, adoptando por premisa básica de sus especulaciones el alma inmortal y la autonomía de la voluntad, terminan inevitablemente en el culto al orden público, como Thiers, o en el culto a la autoridad, como Mazzini; es decir, en el establecimiento y la canonización de una esclavitud perpetua. De aquí se deduce que el materialismo teórico desemboca necesariamente en el idealismo práctico, y que las teorías idealistas únicamente encuentran su realización en un tosco materialismo práctico. Ayer mismo se desplegó ante nuestros ojos la prueba de lo que acabamos de decir.
¿Dónde estaban los materialistas y ateos? En la Comuna de París y ¿dónde estaban los idealistas que creen en Dios? En la Asamblea Nacional. El de Versalles. ¿Qué querían los revolucionarios de Paris? Querían la emancipación definitiva de la humanidad a través de la emancipación del trabajo. ¿Y qué quiere actualmente? ¿En la triunfante Asamblea de Versalles? La degradación definitiva de la humanidad bajo el doble yugo del poder espiritual y secular Los materialistas quieren avanzar, imbuidos de fe y despreciando el sufrimiento, el peligro y la muerte, porque ven ante ellos el triunfo de la humanidad, Pero los idealistas faltos de empuje y presagiando únicamente espectros sangrientos, quieren llevar como sea a la humanidad, de nuevo: hacia el lodazal de donde ha ido saliendo con tan grandes dificultades.
Que cada cual compare y forme su juicio.
Mijail Bakunin
Escritos de Filosofía Política I
Compilación de G. P. Maximoff
Escritos de Filosofía Política I
Compilación de G. P. Maximoff