EVOLUCIÓN, REVOLUCIÓN Y ANARQUISMO

ELISEÈ RECLÙS

La situación es horrorosa, pero una inmensa evolución se ha realizado anunciando la próxima revolución. Esta evolución ha puesto de manifiesto a la ciencia económica que, profetizando la falta de medios de subsistencia y la muerte inevitable de los desheredados, ha descubierto que la humanidad que sufre y pasaba como pobre hasta hace poco tiempo es poseedora de inmensas riquezas: el ideal de pan para todos no es una utopía. La Tierra es suficientemente vasta para abrigarnos a todos en su seno y bastante rica para dar la vida en la abundancia; produce mieses suficientes para que todos tengamos qué comer, plantas fibrosas para que podamos ir vestidos todos los humanos, y piedra y cal abundantes para que cada cual tenga su casa. Tal es el hecho económico en toda su simplicidad. No sólo que la tierra produce lo suficiente para vivir cuantos la habitan, sino que puede doblar el consumo de éstos. Y ello sin que la ciencia intervenga para hacer salir a la agricultura de sus procedimientos empíricos y poner a su servicio todos los recursos de que disponen actualmente la física, la química, la meteorología y la mecánica. En la gran familia humana el hambre no sólo es el resultado de un crimen colectivo; es además un absurdo, puesto que los productos exceden dos veces a las necesidades del consumo. Todo el arte actual de la repartición, tal cual hoy se entiende, entregado al capricho individual y a la competencia desenfrenada de especuladores y comerciantes, consiste en elevar los precios, retirando de la circulación los productos comprados casi por nada para venderlos luego encarecidos. Por esto sucede que no sólo se vende a precios elevados, sino que con ese vaivén los productos se corrompen, se pierden, perjudican la salud y la vida de la humanidad.

Los pobres andrajosos que pasan por delante de los grandes y pequeños almacenes saben por experiencia propia que la riqueza social es suficiente para que nadie carezca de lo necesario. Por todas partes se ven ropas de sobra para abrigar su cuerpo, zapatos en demasía para calzar sus pies, frutas sabrosas y bebidas tonificantes para restaurar su estómago. Todo está en abundancia, y mientras que errantes dan vueltas por las calles mirando con ojos hambrientos cuanto los rodea, el comerciante piensa cómo se las arreglará para encarecer sus artículos. Sea como fuere, el hecho de que hay exceso de productos es cosa probada hasta la saciedad. ¿Por qué, pues, los señores economistas no consignan esta verdad en sus manuales de estadística? ¿Por qué hemos de ser nosotros, los revolucionarios, quienes lo hemos de decir? ¿Cómo explicar que los obreros sin cultura, conversando después del trabajo diario, demuestren saber más sobre el particular que los profesores más sabios de la Escuela de Ciencias Morales y Políticas? ¡Es acaso preciso convenir en que el amor al estudio no es entre los sabios verídico ni sincero?

Habiendo justificado plenamente la evolución económica contemporánea en nuestra reivindicación del pan, nos resta saber ahora si nos justifica igualmente en otra aspiración de nuestro ideal: la reivindicación de nuestra libertad. El hombre no vive de pan solamente, dice un viejo proverbio que continuará siendo siempre verdadero a menos que el ser humano regrese al estado puramente vegetativo; ¿pero qué sustancia alimenticia indispensable es ésta además de la del pan? La Iglesia nos ha predicado que es la palabra de Dios, y el Estado, que la obediencia a las leyes. Este alimento que desarrolla la mentalidad y la moralidad es el fruto de la ciencia, del bien y del mal; fruto del que los mitos de los hebreos y de todas las religiones que de éstos derivan, nos privan como alimento altamente funesto, como veneno moral viciando todas las cosas y condenando hasta la tercera generación a los descendientes de quienes lo han gustado. ¡Aprender! He aquí un crimen según la Iglesia y el Estado, pese a la opinión contraria de ciertos sacerdotes y agentes del gobierno que, involuntariamente, son gérmenes de herejía.

Aprender es, al contrario, la virtud por excelencia del individuo libre, emancipado de toda tutela autoritaria, tanto divina como humana. Y esta virtud rechaza, lo mismo que a la Iglesia y al Estado, a todos los que en nombre de una Razón suprema se arrogan el derecho de pensar y hablar por los demás y a los que, por voluntad del Estado, imponen leyes y una pretendida moral exterior, reglamentada y definitiva. Así, pues, el hombre que quiere desenvolverse y ser moral debe hacer absolutamente lo contrario de cuanto le recomiendan la Iglesia y el Estado: es preciso pensar, hablar y obrar libremente. Estas condiciones son indispensables para todo progreso.

Los pobres andrajosos que pasan por delante de los grandes y pequeños almacenes saben por experiencia propia que la riqueza social es suficiente para que nadie carezca de lo necesario¡Pensar, hablar y obrar libremente en todos los casos!... El ideal de la sociedad futura, en contraste y sin embargo continuando la sociedad actual, se precisa con admirable exactitud. ¡Pensar libremente! ... Cuando se llega a este terreno, el evolucionista convertido en revolucionario se separa inmediatamente de toda la Iglesia dogmática, de todo ideal cerrado, de toda agrupación política con cláusulas obligatorias, de toda asociación pública o secreta en la que el socio haya de empezar por aceptar, so pena de traición, y sin discusión de ninguna especie, cuanto digan e impongan los jefes. No más congregaciones que sometan nuestros escritos a la aprobación del índice; no más reyes ni príncipes que nos pidan juramento de lealtad; no más jefes de ejército que nos impongan fidelidad a la bandera; no más ministros de instrucción pública que dicten lo que hayamos de aprender. Fuera los jueces que obliguen a un testigo a prestar un juramento ridículo y falso, que implica necesariamente una tontería, cuando no un mal, puesto que el juramento es en sí una mentira. Se acabaron los jefes de toda clase, funcionarios, maestros, amos o padres de familia, para imponerse como déspotas a los débiles. ¿Y la libertad de palabra? ¿Y la libertar de acción? ¿Son otra cosa que consecuencias lógicas de la libertad de pensar? La palabra no es otra cosa que el pensamiento que se ha vuelto sonoro; el acto es el pensamiento hecho visible. Nuestro ideal lleva consigo la libertad absoluta para todos los hombres de exponer su pensamiento en todos los casos y sobre todas las cosas, ciencia, política, moral, sin otra reserva que la del respeto a sus semejantes; lleva consigo igualmente el derecho para todos de obrar según su gusto, de hacer lo que quiera, al mismo tiempo que asocia naturalmente su voluntad a la de los demás hombres en todos los casos de obra colectiva; su libertad propia no puede limitarse por esta unión, sino al contrario, se engrandece gracias a la fuerza de la voluntad común.

Inútil es decir que esta libertad absoluta del pensamiento, de la palabra y la acción es incompatible con el sostenimiento de las instituciones que ponen toda clase de restricciones a la libertad de pensamiento, que fijan las palabras en forma de voto definitivo, irrevocable, y hasta pretenden obligar a los trabajadores a cruzarse de brazos, a morir de inanición ante el capricho de su amo. Los defensores de lo existente no se han engañado al calificar a los revolucionarios, en sentido general, de enemigos de la religión, de la propiedad y la familia. Sí; los anarquistas rechazan la autoridad de un dogma y la intervención de lo sobrenatural en su vida, y, en este sentido, cualquiera que sea el grado de entusiasmo que sientan por la lucha en defensa de su ideal de fraternidad universal, son enemigos de la religión. Sí; es cierto que quieren la supresión del tráfico matrimonial, y defienden la unión libre fundada en la afección mutua, el respeto propio y la dignidad de sus semejantes, y también en este sentido, por amantes y fieles que sean a los seres cuya vida está asociada a la de ellos, resultan ser enemigos de la familia. Sí, es cierto también que quieren suprimir el acaparamiento de la tierra, y, en este sentido, la felicidad que a todos produce el goce de ser dueños de todos los frutos del suelo, al igual que todos los seres humanos, es una prueba de que son enemigos de la propiedad.

Queremos la paz, ciertamente; la divisa de nuestro ideal es armonía entre todos los seres, y sin embargo la guerra nos rodea por todos lados. A lo lejos, en el horizonte de nuestro campo nos aparece la guerra todavía como dolorosa perspectiva, porque en la inmensa complejidad de las cosas humanas, la marcha hacia la paz va acompañada siempre de la fuerza. Mi reino no es de este mundo, decía el Hijo del Hombre, y sin embargo también él establecía diferencias entre el padre y el hijo, entre la madre y la hija. Toda causa, por mala que sea, tiene defensores, y aun amando a éstos, los revolucionarios debemos combatirlos.
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