En respuesta al artículo “Proudhon y el Dios fútbol”, aparecido en el número 242 de Tierra y Libertad (Órgano de la Federación Anarquista Ibérica), queremos hacer una aclaración fundamental al artículo, porque consideramos primordial diferenciar entre “deporte espectáculo y deporte práctica” (Cagigal). El primero es un deporte de élite, con un mercado y un negocio respaldándolo y que le dan sentido de ser, su práctica llega a ser en la mayoría de las ocasiones peligrosa para la salud; cualquier deporte de élite lo acaba siendo, porque somete al organismo a esfuerzos extremos durante tiempos prolongados, dependiendo de la carrera del deportista; en el caso del fútbol el esfuerzo no es tan notable como en otras disciplinas pero el riesgo es importante (véanse el gran número de lesiones, por ejemplo que atacaron a la plantilla del FC Barcelona en la etapa del entrenador Rikjaard por una mala práctica en el entrenamiento muscular) y por ello no se puede hablar de actividad saludable, para entendernos a lo largo del artículo haremos mención a éste como deporte espectáculo. El segundo es un deporte más extendido, en general en formas jugadas, con importantes beneficios para la salud y la condición física de sus practicantes, y nos referiremos a él como actividad física. En el artículo aparecido en Tierra y Libertad ambos conceptos se entremezclan y aparecen como uno sólo.
Sabemos del origen burgués del deporte moderno (dentro del cual se encuentran la mayoría de deportes por equipos; balonmano, baloncesto, fútbol...), que surge como un ocio para una clase explotadora aburrida. Estos deportes suponen la regularización de juegos populares por parte de la clase burguesa; en el caso del fútbol, es la “adaptación de juegos populares medievales como el knappan (Reino Unido) o el solule (Francia) que se solían practicar por campesinos” (E. Dunning). La clase burguesa simplemente se dedicó a tomar esas prácticas para regularizarlas y “civilizarlas” (en muchas ocasiones las prácticas deportivas del campesinado conllevaban heridos graves o incluso muertos), en el caso del fútbol y la mayoría de deportes extendidos (rugby, tennis...) a primeros del siglo XIX.
Sabemos también que el deporte nace dentro de una sociedad de clases, estratificada e impregnada de luchas intestinas y por ello aparece como reflejo de esa lucha social. Pero también queremos hacer notar que no existe incoherencia entre el deporte y las ideas anarquistas (en este caso el mutualismo de Proudhon) porque el deporte no pretende ser una forma de organización social sino una expresión lúdica.
Retomamos la definición de anarquismo hecha por Kropotkin para la XI Edición de la Enciclopedia Británica (1905), “(...) El hombre podría así alcanzar el desarrollo pleno de todas sus potencias, intelectuales, artísticas y morales, sin verse obligado a trabajar agotadoramente para los monopolistas, ni trabado por el servilismo y la inercia intelectual de la gran mayoría.” Entendemos que la enumeración de Kropotkin queda corta, ya que el desarrollo pleno de las potencias humanas conlleva también el desarrollo de las capacidades físicas, como citan más tarde Ricardo Mella (“Todos los hombres tienen necesidad de desarrollo físico y mental en grado y forma indeterminada”, El Socialismo Anarquista, 1904) o Errico Malatesta (“La Anarquía es una forma de convivencia social en la cual los hombres viven como hermanos sin que nadie pueda reprimir y explotar a los demás y en la que todos disponen de los medios que la civilización pueda ofrecerlas para alcanzar el máximo desarrollo moral y material”, Pensiero e Volontà, 1925).
Nos remitimos entonces a las definiciones de juego, dada la concepción lúdica del deporte, y encontramos entre los aspectos más importantes de su acepción una falta de correspondencia con la realidad; por ejemplo de una niña jugando con su muñeca a ser mamá (o de un niño jugando a ser papá). Es por ello que consideramos que una actividad lúdica conlleve una lucha de intereses (en el caso del fútbol meter un balón en una portería evitando esto mismo con el equipo contrario) no es incongruente con una sociedad basada en la solidaridad y la justicia; porque el objetivo de esa actividad lúdica, como tal, no es la victoria sino la diversión; de esta forma no hay lugar a la afirmación “(...) Se permiten todos los golpes con tal de que se note...”, porque este hecho tan sólo se da en las competiciones formales en las que prima la obtención de otros objetivos por encima de la victoria (grandes primas, prestigio profesional...). En este clima tampoco se hace necesaria la figura del árbitro, por sencilla lógica; el término “pillería” (tocar a un jugador sin que se considere falta para evitar que alcance el balón, por ejemplo) al que se parece aludir en el artículo no tendría sentido en una actividad que se desarrollo en una relación entre iguales sin otro objetivo que la diversión. Las normas en este tipo de actividades son unas pautas de mutuo acuerdo establecidas para facilitar la diversión, es decir saltarse esas normas convertiría al juego en algo sencillo y monótono que carecería de interés.
Sabemos del origen burgués del deporte moderno (dentro del cual se encuentran la mayoría de deportes por equipos; balonmano, baloncesto, fútbol...), que surge como un ocio para una clase explotadora aburrida. Estos deportes suponen la regularización de juegos populares por parte de la clase burguesa; en el caso del fútbol, es la “adaptación de juegos populares medievales como el knappan (Reino Unido) o el solule (Francia) que se solían practicar por campesinos” (E. Dunning). La clase burguesa simplemente se dedicó a tomar esas prácticas para regularizarlas y “civilizarlas” (en muchas ocasiones las prácticas deportivas del campesinado conllevaban heridos graves o incluso muertos), en el caso del fútbol y la mayoría de deportes extendidos (rugby, tennis...) a primeros del siglo XIX.
Sabemos también que el deporte nace dentro de una sociedad de clases, estratificada e impregnada de luchas intestinas y por ello aparece como reflejo de esa lucha social. Pero también queremos hacer notar que no existe incoherencia entre el deporte y las ideas anarquistas (en este caso el mutualismo de Proudhon) porque el deporte no pretende ser una forma de organización social sino una expresión lúdica.
Retomamos la definición de anarquismo hecha por Kropotkin para la XI Edición de la Enciclopedia Británica (1905), “(...) El hombre podría así alcanzar el desarrollo pleno de todas sus potencias, intelectuales, artísticas y morales, sin verse obligado a trabajar agotadoramente para los monopolistas, ni trabado por el servilismo y la inercia intelectual de la gran mayoría.” Entendemos que la enumeración de Kropotkin queda corta, ya que el desarrollo pleno de las potencias humanas conlleva también el desarrollo de las capacidades físicas, como citan más tarde Ricardo Mella (“Todos los hombres tienen necesidad de desarrollo físico y mental en grado y forma indeterminada”, El Socialismo Anarquista, 1904) o Errico Malatesta (“La Anarquía es una forma de convivencia social en la cual los hombres viven como hermanos sin que nadie pueda reprimir y explotar a los demás y en la que todos disponen de los medios que la civilización pueda ofrecerlas para alcanzar el máximo desarrollo moral y material”, Pensiero e Volontà, 1925).
Nos remitimos entonces a las definiciones de juego, dada la concepción lúdica del deporte, y encontramos entre los aspectos más importantes de su acepción una falta de correspondencia con la realidad; por ejemplo de una niña jugando con su muñeca a ser mamá (o de un niño jugando a ser papá). Es por ello que consideramos que una actividad lúdica conlleve una lucha de intereses (en el caso del fútbol meter un balón en una portería evitando esto mismo con el equipo contrario) no es incongruente con una sociedad basada en la solidaridad y la justicia; porque el objetivo de esa actividad lúdica, como tal, no es la victoria sino la diversión; de esta forma no hay lugar a la afirmación “(...) Se permiten todos los golpes con tal de que se note...”, porque este hecho tan sólo se da en las competiciones formales en las que prima la obtención de otros objetivos por encima de la victoria (grandes primas, prestigio profesional...). En este clima tampoco se hace necesaria la figura del árbitro, por sencilla lógica; el término “pillería” (tocar a un jugador sin que se considere falta para evitar que alcance el balón, por ejemplo) al que se parece aludir en el artículo no tendría sentido en una actividad que se desarrollo en una relación entre iguales sin otro objetivo que la diversión. Las normas en este tipo de actividades son unas pautas de mutuo acuerdo establecidas para facilitar la diversión, es decir saltarse esas normas convertiría al juego en algo sencillo y monótono que carecería de interés.
Por ello esta forma de juego no se entiende como “intentar aplastar el vecino” sino el disfrute de intentar conseguir superar unas adversidades (otras actividades físicas superan sencillamente adversidades naturales; la mayoría de las disciplinas del atletismo, la natación, el ciclismo o la escalada) que se ven complementadas por la contra colaboración de un equipo oponente; podríamos entender también que los oponentes son colaboradores en la medida en que la adversidad que consiguen hace mejorar nuestro rendimiento y nuestra concentración, ya que el grado de incertidumbre aumenta notablemente en comparación con la naturaleza. De esta forma el oponente se convierte en colaborador, al buscar un fin común, tanto la diversión como la mejora física y mental.
Por otro lado no podemos obviar el papel que juega el deporte espectáculo, si regresamos a la Inglaterra del siglo XIX observamos como jugó un papel importantísimo a la hora de paliar el avance del movimiento obrero, ya que el deporte se instauró como un dispositivo de liberación de tensiones, de ahí que “el Estado regulase, a través del deporte, el tiempo libre de las clases trabajadoras” (J. L. Barbero). Tampoco podemos soslayar el desarrollo de este deporte moderno, ya que arrasó con las formas tradicionales de juego, creando estructuras centralizadoras que artificialmente dictaban las reglas del deporte. Por último no podemos dejar de lado tampoco el hecho de que el deporte espectáculo en general y el fútbol en particular se convierten en una forma de alienación que consigue aglutinar en un mismo espacio a individuos muy dispares que obvian conceptos primordiales como la pertenencia a una clase social frente a un artificial club deportivo.
En resumidas cuentas, vemos incompatible una profesionalización deportiva en una sociedad anarquista porque ésta trastoca el sentido natural del deporte, como forma de ocio, actividad física y juego. Pero no vemos ninguna incoherencia entre formas jugadas de actividad física (conlleven o no rivalidad), y por ello propugnamos por la actividad física como forma de ocio mucho más congruente que alienadas formas de consumo.
Juventudes Anarquistas de León (F.I.J.A.)