La abstinencia ideológica al abandonar todos los principios básicos fundamentales que son la razón de ser como la sabia misma del socialismo, es a lo que se ha llegado en el movimiento socialista mundial (para satisfacción, de capitalistas y demás congéneres), al tener que replegarse a posiciones de conservadurismo político a que le obliga el mismo capitalismo para que pueda participar en sus parlamentos. Toda política que necesariamente debe moverse en un ámbito social de valores negativos, de permanentes fricciones entre sus partes dominadoras y dominadas por sus inherentes desigualdades sociales en todos los niveles de convivencia, es, necesariamente, negativa por conservadora, y conservadora por lo negativa, ya que se mueve en el mismo epicentro del seísmo de mentiras convencionales e injusticias institucionalizadas, que son el sostén de todo el tinglado jornal e inhumano del capitalismo.
Está claro que la política corrompe, aún disfrazándola con la denominación socialista. Y está demostrándose reiterativamente por la misma trayectoria histórico-política de los propios socialistas, que no es ni más ni menos, que el necesario resultado del error co- metido por aquel intelecto genial que se llama Karl Marx; que, renegando de su condición de revolucionario integral, por lo que tanto luchó en sus primeros años, se decidió por la participación política en el seno del mismo sistema parlamentario burgués y de economía capitalista, del que fue uno de sus más contundentes detractores. ¿Cómo se puede comprender esto? ¡Oh! milagros de la política. Pero, con ello, Marx, abrió las puertas del colaboracionismo político a todos los partidos socialistas, que, desde entonces, están siendo los más fieles guardianes del sistema político-económico burgués. Esta contradicción, en una mentalidad consagrada, tuvo unas consecuencias nada favorables y sí contraproducentes en la tarea a realizar para el logro de las conquistas sociales más emancipadoras y manumisoras, tanto nacionales como internacionales. Hasta qué punto, ese giro de ciento ochenta grados que dio a su pensamiento socio-político, hizo un daño difícil de reparar a todo el mundo del trabajo, a todo el proletariado, se puede colegir y tenemos la evidencia que él mismo autodestruye su propia predicción, según la cual prevé la muerte del Capitalismo por consunción en los límites del siglo XX. Predicción fallida en virtud a la participación política de sus posteriores seguidores, que como socialistas políticos parlamentarios burgueses, se adjetiven marxistas o no, por su participación política en los regímenes con economía de propiedad privada, individual o estatal, han servido y están sirviendo y potenciando un modelo de sociedad que no es socialista, que estando ya al final de su ciclo vital, el comportamiento de las izquierdas políticas y conformistas administran sus constantes vitales para su pervivencia.
Aquel error creó una situación que originó la desarticulación del movimiento obrero internacional como potente fuerza de lucha en pro de una sociedad solidaria y fraternal; ahogó la rebeldía innata de la persona, como condición natural para la defensa de sus libertades y derechos; hizo, de los intelectuales y científicos bien pagados, para vergüenza de la ciencia y de la cultura, escarnio a toda la humanidad, instrumentos al servicio de los amos del mundo; en definitiva, se facilitó y magnificó, en consecuencia, la tiranía de una salvaje ambición de las riquezas con la consiguiente exacerbación de la explotación del hombre por el hombre, que hunde al género humano en la charca pestilente de su propia degradación moral y humana. Dio también a los poderosos de la tierra la tranquilidad de verse libres, durante varias generaciones, de una clase trabajadora mundialmente organizada y consciente de su razón y fuerza moral, y en general que los pueblos perdieran su sentido de la libertad innata y de justicia de los valores comunitarios, y así hacer de ellos individuos sumisos, domesticados, sin una consciencia valorativa de su propia dignidad.
El socialismo que encarnan los socialistas actuales (marxistas, socialdemócratas, etc., etc.) a niveles nacionales e internacionales, está fuertemente depauperado. Cuando Marx pensó y creó su teoría de la participación política parlamentaria, lo presentó como la panacea social para la solución de todos los males que se ceban en el cuerpo social y en especial en el sector de los más débiles y sufridos. Pero no ha habido tal panacea, se equivocó, y fue así porque equivocó el camino, precisamente aquel que abandonó al romper la primera internacional. Era la táctica descabellada de un cerebro privilegiado y me remito a todos los acontecimientos desarrollados en el transcurrir de más de un siglo, tan negativos para el cambio de la sociedad, para dar ese calificativo de «táctica descabellada» ya que su repercusión tuvo caracteres de trágica trascendencia al desacelerar el progreso social Pero sí ha servido para que los pueblos pierdan el norte de sus criterios emancipadores.
Hubo alguien, indiscutible genio del pensamiento filosófico, social y orgánico anarquista, Bakunin, que en aquellos momentos mantenía relaciones cordiales con Marx, quien, históricamente, anticipó, con la exactitud casi de un visionario, con un instinto político natural, la constatación del evidente error de Marx. Que tal actitud política actuaría como freno en el normal desenvolvimiento revolucionario del concepto ideológico socio-político, como base del nuevo modelo de sociedad que se propugna en la Internacional Obrera, como un futuro de dignidad y libertad para toda la humanidad.
Durante el tiempo transcurrido esa verdad ha venido manifestándose con la comprobación triste y desalentadora de los hechos. Hechos que son la resultante, en la práctica, de una política que, al realizarse en unos contextos socio-económicos burgueses, condiciona a los que se dicen socialistas, más como partido político que como socialistas, a practicar una política de protección al mismo sistema que, en teoría, esperan cambiar. ¿Pero cómo?, ¿lo lograrán en esa línea de consensos claudicantes? No. Se demuestra de forma tajante, en el tiempo y en el espacio, que no va por ahí una vida, una paz y una libertad que la humanidad merece, y que la civilización y su sofisticada cultura reclaman.
En el presente que vivimos, todos los convenios como los que se legislan son paliativos al mal, pero no la solución del mal. Es más se incrementa el mal mismo. Se protege con todo rigor la economía del capital y sus especulaciones financieras, y no los intereses de la economía popular y por ende la seguridad de su existir digno. ¿Qué son sino los Pactos de la Moncloa? ¿O el Estatuto de los Trabajadores, las Elecciones Sindicales, los Comités de Empresa, el A.N.E. y el A.E.S. etcétera, etcétera? Formas de proteccionismo oficial de los explotadores y en detrimento de los explotados. Desgraciadamente, para los trabajadores, para el pueblo en general, es como un espejismo en el que creen ver una posibilidad constructiva pero que, al despertar de ese fenómeno óptico y no mental, recibiendo sobre sus carnes el latigazo de la triste realidad de la que son víctimas, sacude su dignidad hasta sus fibras más íntimas y profundas, pero que, lamentablemente, su rebeldía de seres racionales sometida por un sindicalismo claudicante e institucionalizado en el mismo sistema que los explota, les falta capacidad de respuesta suficiente para la realización de acciones solidarias, masivas y contundentes que haga sentir el peso social de su fuerza, con lo que hagan comprender que son hombres, personas racionales, y no animales sociales.
Contundentemente podemos afirmar, por todo lo sucedido en el devenir histórico, y lo que experimentamos en el presente, que, el anarcosindicalismo, con su razón vigente sigue teniendo razón: La política no es el arte de gobernar, sino el arte de engañar a los pueblos. Así sucede con la política que practican las izquierdas. Inmersas en un medio ambiente hostil a lo que predican y quieren explicar a las gentes, se ven impotentes para la realización de una política consecuente con sus predicamentos. Es imposible, no la hay. Consecuencia, todos los pactos, en su contenido básico, dejan inerme al pueblo, en condiciones siempre de inferioridad y con sus derechos siempre mermados. Estos pactos y acuerdos son, en sí mismos, formas legales de represión y coacción moral y casi violenta. Para así disuadir a los pobres, y a todos los que cooperan a hacer posible las riquezas de las clases dominantes, de cualquier pensamiento que les pueda llevar a considerar la necesidad de acciones organizadas, conscientes y solidarias en la defensa de sus derechos, por una sociedad de todos los seres humanos. La participación en esta política democrática burguesa de todo ese espectro socialista, forma ese mundo de contradicciones que hace se estén regando así mismas.
Todas las iniciativas políticas que los socialistas inician pensando pueden ser la mejor solución de los problemas son, por sus simples estructuras legislativas y estatales, ambiguas en lo social y degradante en lo humano, cultural, social y económico. Sólo paliativos al mal, jamás la erradicación del mal en sí mismo. No pueden estimarse como normas de terapia social eficaz y justa, ya que solo mitigan el dolor pero no hacen desaparecer la enfermedad. Esa enfermedad social queda en estado latente e «in crescendo» en el cuerpo social. Todos los remedios, al ser en función de la acción política de Estado al servicio de una sociedad clasista, sólo ataca los efectos y no a la causa misma de la enfermedad, que seguirá sin ser erradicada del cuerpo social, hasta tanto no se ilumine, por la comprensión objetiva total de la problemática actual de la sociedad, la mente entre tinieblas políticas de la militancia socialista mundial. Los graves problemas de conjunto de esta sociedad son insolubles con la política de parcheo, que sólo hace alargar la enfermedad de todos esos males sociales de una sociedad corrompida que contagia con sus lacras a todos los que estamos en contacto con ella.
Los errores se suelen pagar caros, y el error de un eminente pensador revolucionario contaminó la mente de sus continuadores socialistas, aun aquéllos que no dicen ser marxistas, pero que como socialistas siguen las mismas coordenadas políticas en cuanto a estimaciones de intervencionismo parlamentario, electoral, etcétera, etcétera, que hacen que el citado error histórico, que destruyó la Internacional de Trabajadores, se está proyectando hoy, como el castigo de un Dios vengador, (como son todos los dioses), como siempre, sobre los inocentes y débiles, sobre los trabajadores, sobre todos los pueblos del planeta donde vivimos. Un partido que dice, como socialista, que aspira al cambio de sociedad, es incongruente haga su oposición a la sociedad en el parlamento, donde no se habla nada de cambio. Cuando hay voluntad de cambio se practica en la calle junto al pueblo, en los sindicatos, procurando identificarse con todos, y juntos fomentar una conciencia social y revolucionaria poderosa que vaya preparando los espíritus y las mentes; creando las condiciones precisas que hagan posible el paso a una sociedad socialista, federalista, libre e igualitaria.
Antonio Sánchez Rodríguez
Extraído de ORTO, Año VI, nº33,
Septiembre-Octubre 1985
Extraído de ORTO, Año VI, nº33,
Septiembre-Octubre 1985