Sobre el origen, la conducta y la misión del militante obrero

Los movimientos sociales tienen su más profundo origen en la expresión de un acto individual que puede abarcar un amplio arco de motivaciones: las puramente instintivas de pervivencia; las afirmativas de unos derechos inalienables; las trascendentes de un afán de justicia y superación, y las ideales de auspiciar una sociedad igualitaria y libre.

Si el fundamento de toda sociedad es el hombre, y si el acuerdo entre los mismos propicia el establecimiento de acciones mancomunadas para alcanzar los más diversos objetivos -aun cuando estas acciones se hallen subordinadas a las interpretaciones táctivas o ideológicas de las tendencias, grupos u Organizaciones en que se encuadren, por decisión libre y voluntaria, les distintes protagonistas; habrá que llegar, necesariamente a la conclusión de que el individuo acepta su integración en la sociedad como reconocimiento de su impotencia para defenderse de los riesgos a que puede estar sometida su libertad, su vida o su dignidad. Innegablemente, el hombre puede reaccionar instintivamente, con toda la fiereza de un animal acorralado, y morir, matando. Pero eso le aparta ya de su capacidad de discernimiento y de la valoración de sus actos con respecto a la sociedad en que se desarrolla.

Están, pues, en el origen de la tendencia del individuo a asociarse con sus semejantes, el reconocimiento de que su esfuerzo individual y heroico, aun triunfante, no va a protegerle contra nuevos acosos, y la convicción de que la conjunción de energías para un mismo propósito reduce el esfuerzo individual y garantiza la permanencia de las conquistas obtenidas.

Observemos, aunque sea tan solo como mera indicación, que ya el hombre de las cavernas. admirado o aterrado, sintió la necesidad de protegerse y de afirmarse, cifrando sus apoyos en los astros, en el fuego o en el viento, cuando no en la adoración de ídolos que él mismo creó. De ahí nació todo el proceso de esclavizaciones sucesivas, generadas por la conciencia de su indefensión o determinadas por el afán de dominio que trascendía de la afirmación de su superioridad. En esa peligrosa pendiente el hombre ha sido víctima de todos los sometimientos: tribales, religiosos, patrióticos, políticos y raciales. Los Estados y las Iglesias, por la obediencia y la resignación, recondujeron al hombre a la anulación de su independencia, Domesticada su voluntad, fue el hombre un esclavo vendido, explotado y escarnecido a menor precio y estimación que cualquier animal doméstico. No está muy lejana aún la «declaración oficial» de la abolición de la esclavitud, aun cuando nos quede la duda de que ésta se siga produciendo en nuestros días bajo otras formas más sutiles, pero igualmente degradantes.

De esclavo a siervo y de siervo a la nueva esclavitud del maquinismo, el hombre, como individuo, fue sometido por el señor feudal, por el monje, por el guerrere o por el ame. La abdicación de su primitiva independencia, la anulación de su voluntad, y dormido aún el sentimiento de solidaridad, las reacciones afirmativas de un afán de libertad, produjeron gestas aisladas de esclaves que prefirieron morir antes que seguir soportando el trato y los castigos inhumanos a que eran sometides y esa situación no era privativa de determinados países, sino que se extendía a lo ancho de toda la tierra, con mayor o menor rigor, pero siempre con un innegable estado de sometimiento y esclavitud. La acción depredadora de guerreres y conquistadores trasladó a remotos países la influencia y poder de distintas civilizaciones.

Ese trasiego de expediciones y conquistas y la acumulación de intereses y pertenencias, logradas por la explotación de sierves y esclaves, por les señores feudales y los monjes, impulsó a éstes a fomentar un falso sentimiento de patriotismo con el que poder utilizar a labriegues y menestrales como dóciles mesnadas defensoras de sus propies dominadores.

En virtud del contraste de esas civilizaciones, de la comprobación de otras maneras de vida, y de la misma situación de cooperación que producía la convivencia en las expediciones militares o en las titánicas empresas que devoraban miles de seres para perpetuar el paso de unas u otras civilizaciones, fue incubándose un sentimiento de afirmación de la persona paulatinamente, un afán de reivindicación de la dignidad humana.

Aún cuando en los siglos XV y XVI, se producen algunas incipientes formas de "guildas" o "Compagnons", no es hasta la Revolución Francesa cuando se producen las primeras manifestaciones formales de un atisbo de defensa mancomunada, no tan sólo del interés de cada uno, sino de los problemas e intereses comunes a un grupo en razón de su condición gremial o asalariada.

La conjugación de todas las circunstancias enunciadas produjo una situación favorable para el estudio especulativo de fenómenos y recursos naturales, hasta llegar, en un lento y progresivo proceso, a la aparición del maquinismo, que conduciría, en un vertiginoso avance, a la llamada revolución industrial.

Con ella nació el capitalismo y el afán de explotar hombres y recursos brutalmente para incrementar sus beneficios, lo que trajo, como consecuencia inevitable, la aparición de los primeros núcleos de trabajadores asociades para defender sus derechos, exigir un trato digno y reclamar un salario justo. La lucha de clases, quedaba ya establecida.

Es a partir de entonces, cuando con la divulgación de doctrinas y filosofías sociales, va adquiriendo fuerza la figura del militante obrere y su papel decisivo, no tan solo en el planteamiento y desarrollo de las luchas y enfrentamientos con les capitalistas, poco sensibles a la consideración de las condiciones de trabajo y al salario de les obreres, sino a suscitar asimismo la conciencia de que sin abandonar la defensa de sus intereses de clase, el ideal permanente del hombre debía tender al logro de su total emancipación.

Sería interminable y penoso establecer un censo de militantes obreres a lo largo de un siglo de existencia de las asociaciones de trabajadores. No es nuestro propósito señalar nombres ni diferencias entre quienes dieron un permanente ejemplo de abnegación y entrega en la defensa de los intereses y la dignidad de la clase obrera. ¿Quién no conserva vivo en el recuerdo el ejemplo de la conducta y la obra de les innumerables militantes obreres revolucionaries o libertaries que en el mundo han sido y siguen siendo?

Detengámonos, ahora, en analizar cuándo y cómo un trabajador adquiere la condición de militante en una organización obrera. Afirmamos, en principio, que no todas las expresiones del sindicalismo forman en su seno auténticos militantes. Un sindicato confesional, corporativo o autoritario no puede generar sino una inacabable cantidad de burócratas, funcionaries y dirigentes, más atentes a defender las estructuras de un sindicalismo profesionalizado que a despertar y fomentar una conciencia de clase entre les trabajadores que aceptan o padecen su influencia. También está en el ánimo de todes la convicción de que ni esos sindicatos ni eses dirigentes tienen nada en común con los legítimos derechos y aspiraciones de les trabajadores.

En los sindicatos de obediencia comunista o de tendencia reformadora, pueden darse, y se dan, eficaces militantes, que ven reducida su específica condición en razón de la aceptación implícita de unos condicionamientos políticos o neutralismos ambiguos que les convierten de hecho en intérpretes de esas estrategias políticas o económicas que, en la mayoría de los casos, son opuestas a los intereses de les trabajadores de quienes se sirven y en cuyo nombre actúan, La acuñada imagen de "correa de transmisión" resulta exacta aplicada a estas formas de sindicalismo.

Hemos llegado, pues, al sindicalismo revolucionario, que se distingue fundamentalmente por su total independencia y autonomia, por una practica constante de la acción directa y el rechazo de toda mediatización, y que además de atender transitoriamente y con toda la eficacia y energía posibles la solución de problemas y reivindicaciones de ámbito estrictamente económico o laboral, pone especial acento en la práctica de la solidaridad como arma efectiva que les trabajadores deben emplear y mantener frente a los ataques del capitalismo. Esta clara diferencia de tácticas y métodos del sindicalismo revolucionario, tiene además, como corolario, la misma razón de su finalidad, que no se reduce a la simple defensa de los intereses inmediatos de les trabajadores, sino a suscitar en elles el afán de capacitarse y adquirir plena conciencia de que las estructuras capitalistas no pueden ofrecer jamás otras alternativas que no sean, en definitiva, sino la mayor o menor explotación del hombre por el hombre.

La atinada afirmación de la Primera Internacional de que "La emancipación de les trabajadores ha de ser obra de les trabajadores mismes", señala con claridad su objetivo finalista de alcanzar una sociedad basada en la justicia y el mutuo acuerdo libremente producido en el seno de las asambleas comunales de producción, servicios y consumo.

Es, pues, en el sindicalismo revolucionario donde se dan las condiciones idóneas para la formación de auténtiques militantes. El sindicato, como organización defensiva, acepta y aglutina a les trabajadores como tales, abstracción hecha de sus creencias, convicciones políticas o razas. Ninguna exigencia en este sentido para les afiliades. Pero una organización obrera independiente, que tiene como finalidad última conducir a les trabajadores a su emancipación y que no posee otros medios que los que le dan el sacrificio, la abnegación y la entrega de sus hombres, tiene que potenciar esos valores al máximo y suscitar activamente la creación de una conciencia revolucionaria, mediante la divulgación de ideas y la exaltación de una mística humanista, apoyada en una dinámica creciente de actividades, mediante charlas, mesas redondas, cursillos, etc. De esa actividad nacerá en cada sindicato un núcleo dinámico y consciente que llevará en sí el germen del auténtique militante obrere.

Porque la condición de militante, como las ideas es algo que no se otorga, es algo que se adquiere con entera libertad y responsabilidad, tras un análisis sereno de las obligaciones que comporta, de la ejemplaridad que exige y de la conducta que debe ofrecerse constantemente.

El militante de un sindicato revolucionario debe conocer plenamente el alcance de su misión y el resultado positivo o negativo que de su conducta puede derivar al sindicato y a sus ideas. Ha de saber que, por serlo, sus actos van a ser examinados con más rigor que los de un simple afiliade.

En su lugar de trabajo, ofrecerá el ejemplo de su responsabilidad en el cumplimiento de su labor y la intransigencia en cuanto pueda atentar a la defensa de los intereses y la dignidad de les trabajadores. Será dialogante y respetuose con todes elles, cualquiera que sea el sindicato en que se encuadren y siempre que su actitud no quebrante el logro de unos intereses comunes. Intentará siempre convencer y no imponer. Sin falsa modestia, aceptará los sacrificios y estimulará a sus compañeres a compartirlos, Su abnegación le impondrá, en ocasiones, penosas renuncias y será consciente de que su militancia puede llevarle a situaciones difíciles en las que habrá de afirmar gallardamente sus convicciones.

En las organizaciones obreras -especialmente en las de signo horizontal y revolucionario- se ha producido siempre un fenómeno que ha potenciado de modo inequívoco la transmisión inaprehensible pero real de las afinidades y las emulaciones. Comprobar el hecho de un militante que, al acabar su jornada de trabajo, siente el impulso y la responsabilidad de entregarse diariamente unas largas horas al estudio y defensa de los problemas de la clase trabajadora, acudiendo en épocas de dura clandestinidad a los más inverosímiles lugares, para relacionarse con otres compañeres y examinar planes y proyectos de lucha obrera, es algo que confirma el hondo arraigo de las convicciones firmemente sentidas.

Podrá argumentarse sobre la vanidad, el afán de protagonismo que pueden mover a estos hombres, pero eso que podría considerarse en organizaciones proclives al medro personal o al "liderismo", no cabe en un sindicato revolucionario que siempre exige a sus militantes entrega y sacrificios y frecuentemente no ofrece sino riesgos o incomprensión. Algo hay pues muy poderoso que determina la inagotable sucesión de generaciones y generaciones de militantes obreres: el sentimiento irrevocable de que luchan por una causa justa. Esa es la razón, el argumento supremo de su militancia.

En las actuales circunstancias, los sindicatos revolucionarios han sufrido más que nadie el peso abrumador de una clandestinidad harto rigurosa. A diferencia de partidos u organizaciones "dirigidas" que cumplen "consignas" y "no discuten" decisiones, les militantes obreres revolucionaries han debido desarrollar su actividad con inconcebibles dificultades y riesgos.

Les viejes militantes, diezmades y desplazades de los centros de trabajo por su edad o por su larga permanencia en cárceles o en el exilio, han limitado su influencia a transmitir sus ideas o conocimientos a reducidísimos grupos de jóvenes inquietes y ansioses de recibir información viva y clara de ideas que han descubierto a pesar de haberles sido negadas sistemáticamente. En épocas pretéritas les jóvenes podían ejemplarizarse en el taller, el sindicato o el ateneo con la conducta de otres militantes mayores que multiplicaban su actividad y su sacrificio.

Para la actual generación eso ha sido imposible y ha creado un absurdo diálogo de sordes que está costando muchos esfuerzos y derrochando una gran cantidad de tiempo necesario para potenciar una acción conjunta y coordinada. No hay razón alguna para que puedan existir diferencias entre militantes, por razones de edad, ni aún de interpretaciones.

Digamos de nuevo que en una Organización que tiene como norma de conducta el sacrificio y la abnegación, que no aspira a crear "dirigentes profesionales", que elige a sus hombres en asambleas con carácter revocable y que defiende sus propios intereses en la medida que defiende los de sus compañeres, en una organización así resulta absurdo concebir actitudes antagónicas o sospechas de apetencias de medro o beneficio.

Hay un error muy extendido respecto a la proyección y encuadramiento del militante. Se piensa que son militantes tan solo quienes ocupan cargos representativos, y otorgados en asamblea, en las diversas secciones o comités de los sindicatos. Nada hay más distante de la realidad.

El militante no lo es tan solo de un sindicato de ramo, sino de las ideas, de los principios que informan a la Organización en general. Por eso su actividad debe seguir sin descanso, orientando en charlas, reuniones y asambleas, para acrecentar el interés de les trabajadores en su afán de capacitarse y conocer claramente el legítimo camino de su emancipación.

Habría que escuchar también la opinión de un crecido número de padres, compañeres o hermanes que sufren o sufrieron con una abnegación sin limites, las privaciones y miserias, cuando no las vejaciones, provocadas por las frecuentes detenciones de sus compañeres, hijes o hermanes por el simple hecho de ser militantes obreres. Habría que conocer también el sacrificio que para ayudarles a soportar su privación de libertad se imponían con trabajos agotadores, pues aunque la solidaridad florecía esplendorosa, eran muchos les luchadores que afirmaban su militancia en los largos períodos de encierro. Y al volver a casa, difícilmente un reproche, o una queja; casi siempre una palabra estimulante y una identificación con sus ideas.

Esa es la ética del militante obrere: su rebeldía indomeñable y su conducta ejemplar. En el taller y en la vida privada. En el sindicato y frente a la injusticia. Viviendo siempre de su trabajo, salvo en aquellos periodos en que la arbitrariedad lo encarcelaba. Para volver de nuevo a su puesto de trabajo que, salvo conocidas excepciones, difícilmente le era negado por les patrones. Tal era el respeto que su responsabilidad y conducta ofrecían.

La militancia es sacrificio y honestidad. Todo lo demás son mixtificaciones.

B. Mas
Fichas de Formacion Libertaria (II)
Barcelona, 1977
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